Por Rodrìguez Couceiro.
Chile era uno de los escasos países de Hispanoamérica cuya
vida democrática no había sido interrumpida
nunca por un golpe militar. Esta tradición y el ejemplar acatamiento de los
militares al poder civil, hizo creer a muchos que esta vez sí, el gobierno
marxista de Salvador Allende se iba a
desarrollar sin interferencia militar alguna.
El paisaje de Santiago, mitad
campesino, mitad urbano, la cordialidad y la acogedora recepción del pueblo me recordó las palabras
que un escritor de un país comunista, no recuerdo si húngaro o rumano, dedicó a
Chile. Él había huido de la segunda guerra mundial que asolaba a Europa y había
buscado refugio en aquel lejano país del extremo sur de América. Y
escribió: “Chile es como un jacinto, que mirándose en el océano pacífico se enamoró de sí mismo,
tan bello era”.
Esta circunstancia hizo que Chile se convirtiese en punto de
atención mundial. Por esa razón se explicaba que acudiesen a Santiago decenas
de corresponsales de los principales diarios y emisoras de radio y televisión
de todo el mundo. Principalmente de los países comunistas. En todas las naciones
del planeta se seguía con la máxima atención la actualidad chilena para comprobar
si, como decía Allende, Chile era el
primer país en el que se demostraba la hipótesis por él sostenida contra viento
y marea de que “esta vez sí” se conseguiría instalar el socialismo en democracia. “AL socialismo con vino
y empanadas”, decía Allende, en alusión a la
comida y la bebida tradicionales del país.
Ese era el reto que la izquierda chilena (la Unidad Popular)
sostenía que podría superar: llegar a
rebasar las normas y condicionantes legales vigentes e instaurar un
gobierno de ideología marxista, respetando la legislación y la cultura de la democracia burguesas.
EL único elemento negativo de la sociedad chilena era su alto
consumo de alcohol, de vino, excelente en el país. Hasta tal grado era
importante el efecto social del consumo de bebidas alcohólicas que en una oportunidad que teníamos un cena
para muchas personas, le dijimos a la muchacha (“a la mucama”, que decían allá)
si podría quedarse aquella noche en
casa. Su respuesta nos dejó atónitos:
“Lo siento mucho señora. Pero no puede ser. Yo tengo como usted sabe un niño y
una niña de pocos años. Y Jesús, mi marido, quedarían solo con ellos y una
tentación la tiene cualquiera”.
El bendito de Jesús: un hombre en apariencia de lo más normal. Modesto, respetuoso, educado. En fin, parecía confirmarse mi
creencia de que el alcoholismo era el causante del “pecado” chileno por excelencia: el delito
sexual intrafamiliar (el incesto).
Los tres años que pasé en Chile experimenté, como si fuera
un universitario que estuviera contemplando en el portaobjetos de un
microscopio social, el desarrollo de la
lucha de clases.
También ocurrían cosas sorprendentes. En una ocasión la
dirección del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), una organización de
ultraizquierda, de la serie de organizaciones
guerrilleras que por aquel tiempo florecían en casi todos los países
latinoamericanos, declaró que, considerando que Allende quería respetar los
límites que imponían las leyes y normas y
de la democracia, le concederían
una tregua en sus métodos revolucionarios. Es decir, la ultraizquierda
suspendía sus tácticas guerrilleras (asaltos, ocupaciones de grandes fincas y
centros fabriles, asesinatos, secuestros, y otros medios de lucha típicos de la
guerra revolucionaria que ellos practicaban). En fin que la ultraizquierda
suspendía sus acciones mientras la Unidad Popular de Allende, gobernase el país,
para evitar que la derecha atribuyese a la actividad del MIR a una ayuda al
proceso de cambios, que experimentaría Chile.
En ese
aspecto los analistas que atribuyen al
MIR responsabilidad principal en la guerra fratricida que se desató tras el
golpe militar, se equivocan. El MIR no solo no contribuyó al conflicto sino que
por el contrario logró que los conatos de guerra civil se diluyesen. El MIR
tenía una gran presencia en los extractos más bajos de la población. De alguna
manera el MIR disciplinó y organizó al subproletariado chileno, evitando las
acciones individuales y no orgánicas de este sector social.
En este
proceso se producían a veces situaciones
paradójicas. Así, se daba el caso de que la justicia castigaba con más
severidad el robo de una gallina, pongo por caso, que la ocupación de una finca o una gran explotación
agropecuaria.
La explicación
de este supuesto disparate legal se
debía a que Chile había sido siempre un país capitalista y las leyes aún vigentes respondían a esta
ideología. Y como era más frecuente que un pobre robase una gallina a que ocupase
una propiedad agropecuaria (esto último era más usual en los propietarios que
eran los poseedores de la fuerza y de la influencia en los estrados judiciales)
estaba relativamente más penalizado robar la gallina que ocupar una gran
propiedad.
Yo tenía mejores
vínculos con la izquierda gubernamental que con la derecha opositora y para golpista.
Me era más simpático y atractivo Salvador Allende que los jefes opositores,
como Eduardo Frei, líder de la Democracia Cristiana Chilena ex presidente de Chile, y predecesor
de Allende. La creencia de Allende en la “Vía chilena al socialismo” parecía
sincera. Era un hombre muy popular, al que le decían “El Chicho” Allende.
Ante la magnitud y volumen de noticias que salían todos los días de Chile,
yo me hice el propósito de presentarme candidato a la presidencia de la
Asociación de Corresponsales Extranjeros
de Chile. Eso me daría ciertas ventajas sobre los demás corresponsales,
a la hora de asistir a determinados actos del Gobierno, y de las demás instituciones del país. En fin, actos en los
que se podía obtener informaciones exclusivas.
Las elecciones presidenciales se iban a realizar el 4 de
septiembre de 1970, a los pocos meses de haber llegado yo a chile. A la vista
de los numerosos corresponsales que había en Santiago sobre todo los de los países
de la órbita soviética, me pareció oportuno buscar su voto. Por ello colegí que
debía de haber una cierta jerarquía entre ellos. Y así busque al corresponsal
de la Agencia Tass, la agencia de la URSS, y le expliqué mis intenciones.
El día de las elecciones me encontré con la sorpresa de que
salí elegido Presidente de la Asociación, Vicepresidente, Tesorero, y ahora
mismo no recuerdo, titular de varias vocalías
Total que mi acuerdo con el corresponsal de Tass dio un resultado clamoroso.
Un mes después de la elección, comprobé su utilidad. Había ocurrido
un hecho que había puesto en entredicho una noticia transmitida por la agencia
norteamericana UPI. Para templar gaitas con Allende, le ofrecimos una cena en
un hotel de Santiago. En la cena me correspondió, naturalmente, sentarme al lado del Presidente
Allende.
Por aquellos días se había suscitado una serie de
comentarios, conjeturas y conversaciones que se referían a la gestación de un
golpe de estado. Hasta entonces este tema se trataba a media voz. Con medias
palabras, sobre todo en ámbitos del gobierno de la Unidad Popular. Pero con el
paso de los días y poco a poco el asunto fue siendo tratado, abiertamente,
primero por los medios de información de la oposición y después por los más próximos
a los partidos de la Unidad Popular. Y por último por toda la población,
Yo utilicé la cena
para preguntarle al Presidente sobre el tema. Días antes se había producido una
elección por un escaño del senado de una provincia del interior, motivada por
el fallecimiento del su anterior titular. Contra todos los
pronósticos, ganó el candidato de izquierda, lo que provocó el júbilo de los partidarios de la
Unidad Popular.
El planteamiento era el siguiente: si a mediados de la
presente legislatura la izquierda había ganado unas elecciones por un margen
considerable, cuando se produjeran las elecciones generales, en el plazo de dos
años, la izquierda ganaría, probablemente en todo el país. Con lo cual, el
parlamento sería mayoritariamente de la Unidad Popular. Y entonces se daría la
situación ideal para que se hiciera realidad la tan cacareada ”vía chilena al socialismo”. Ejecutivo y
Legislativo en manos de la izquierda. ¡La gobernabilidad en poder absoluto de
la izquierda gubernamental.
Con entonación triunfalista le dije al presidente
Allende: “!Vía franca al socialismo!”. “Ningún obstáculo para que la izquierda
llegue al poder por la senda democrática”, añadí. Allende esbozó una media sonrisa y
retrepándose en la silla, como solía, me respondió: “Está usted muy equivocado.
Cuanto mayor sea la posibilidad de que gane la izquierda las próximas elecciones,
más cerca estaremos del golpe militar”
dijo.
A los españoles en
Chile nos llaman coños. Seguramente por la frecuencia con la que usamos esa palabra a modo de
exclamación en las conversaciones y en los diálogos.
En la conversación
con Allende me contó una anécdota sobre la palabreja antedicha. En el puerto de
Valparaiso, segunda o tercera ciudad de chile, a unos 150 kilómetros al este de
Santiago, en los años de la guerra civil española vinieron a Chile, en barcos
dispuestos por el gobierno chileno, muchos refugiados del bando
republicano. Familias completas se
acogían a la generosidad de las autoridades chilenas.
EN una ocasión en el buque “Winipeg” llegaron miles de refugiados. Para recibirlos la izquierda chilena organizó una manifestación
en el puerto de Valparaiso. Acudieron miles y miles de militantes y
simpatizantes del partido comunista y de
otros partidos de la izquierda chilena. AL frente de la manifestación una gigantesca
pancarta les daba la bienvenida con una explícita leyeda:
“BIENVENIDOS LOS COÑOS ROJOS”.
(Seguirá).