En México´
En México una de las muchas cosas que me
sorprendieron se encontraba la palabra “pendejo”. Un insulto más o menos
similar a nuestro “gilipoyas”, al
“huevón”, de Chile”, o al “pelotudo”, de
Argentina.
Total, que me
gustó la palabreja esa. Y aun más cuando me la explicaron por medio de un
chiste o un cuento: “Estaba Cristo explicando su evangelio cuando le advirtieron que su amigo Lázaro había fallecido. Fue hasta
donde éste vivía y al ver el cadáver, dijo: ‘lázaro, levántate y anda. Y Lázaro
se levantó y andó…’. ” Anduvo, pelotudo!”,
le corrigió su interlocutor. ‘.’Bueno, sí, anduvo pelotudo, unos días;
pero luego, luego, se compuso y ya anduvo bien”.
Confieso que
tal vez el chiste no sea muy fácil de comprender. Pero también confieso que a
mí me hizo tanta gracia que no puede resistirme a contarlo.
Y volviendo al
“pendejo” yo no sabía lo que significaba en correcto castellano, o simplemente era correcto o incorrecto
Y estando en esas
cogitaciones vino a mi memoria un episodio vivido en mi primera juventud.
Cuando mi familia vivía en La Guardia, un
hermosísimo pueblecito pesquero de la provincia de Pontevedra, donde mi
padre era profesor de enseñanza
primaria. Tendría yo entonces ocho o diez años. Entre mis amigos y compañeros de la escuela
de mi padre, se encontraba uno, llamado Fernandiño (Fernandito), que tenía una virtud única en
aquel momento: una hermana hermosísima,
o más bien, buenísima.
Se llamaba
Florida, realmente un nombre muy adecuado, de la que todos estábamos un poco
enamorados. Vivía en una calle perpendicular a la mía y yo la veía cada vez que
iba y venía de la escuela.
Pues bien yo
no sé si aquel comercio se le ocurrió a Fernandiño o fue consecuencia de sus
conversaciones con algún condiscípulo. Lo cierto es que un día apareció con
unos pelitos más o menos cortos
envueltos en papel seda. Y Los vendía. Nos pidió por cada uno de ellos 0.50
céntimos de peseta, entonces una pequeña
fortuna para todos nosotros, que llevábamos 0.10 o 0.15 céntimos en el bolsillo
habitualmente.
Pero aquella
oferta tuvo una rápida aceptación. Y cada día vendía no menos de diez pelitos.
¿Qué eran aquellos
cortos cabellos? Pues ni más ni menos que pelos púbicos de su bellísima hermana.
No recuerdo
si su peculiar comercio era conocido, y consentido, por Florida o si los
conseguía
sin el
conocimiento de ella.
Y así fue
como descubrí el significado exacto de la palabra
“pendejo”. Que no es otro que un pelo
del coño.
. José Antonio Rodríguez
Couceiro.