Por José A.
Rodríguez Couceiro.
El Alcalde de
la turística ciudad de Vallarta (“la noche de la iguana”, con Marlon Brando y Litz Tailor)
situada cerca de Guadalajara, emprendió una campaña en favor de su ciudad
que en aquellos días había salido en los
medios informativos norteamericanos una serie de noticias relativas a incidentes con turistas norteamericanos,
especialmente en el Estado de Jalisco, al que pertenece la ciudad de Vallarta y
otras localidades muy veraniegas de México.
La alarma de las
autoridades era comprensible porque el turismo norteamericano era la principal industria de México.
Y por aquellas
fechas era frecuente encontrar en los diarios mexicanos, así como oír en la
radio o en la televisión noticias sobre violaciones de turistas norteamericanas,
e inclusive asesinatos, lo que perjudicaba gravemente a la principal industria
nacional.
Pues bien, al
preocupado alcalde de Puerto Vallarta se le ocurrió emprender una campaña en
favor del turismo y pensó que lo mejor sería contar con el apoyo de la prensa internacional. Y
para ello programó la visita a su ciudad de los corresponsales de los agencias
de noticias y de diarios que residían en México
D. F. Y hete aquí que me
tocó mi turno. Recibí una invitación
para visitar Puerto Vallarta con mi esposa un día de agosto de 198x. En la mima ocasión
también fueron invitados el subdirector
de la agencia francesa AFP, Ramón La
Moneda, el corresponsal de la agencia cubana Prensa Latina, mi íntimo amigo
Carlos Ferreira, y sus respectivas esposas.
El día
señalado tomamos el avión para Puerto
Vallarta. Ese día la pintoresca localidad del Pacífico se había engalanado para
nosotros. Banderitas de todos los colores en las calles, grupos de mariachis
tocando por las calles. Y en la plaza principal del pueblo estaban dispuestas mesas para comer y en un
templete una orquesta amenizaba la fiesta, interpretando rancheras, pasodobles y otras piezas.
Todo en
nuestro honor. El Intendente Municipal (alcalde) y otros miembros de la junta
municipal nos esperaban en la mesa.
Con sus bien ataviadas esposas. A mí me correspondió sentarme al lado de
la mujer del alcalde, una chinita menudita, de ojos muy brillantes… Bastante
bonita por cierto.
Me levanté, y
muy cortésmente, le solicité a la alcaldesa bailar.
En torno a la
mesa se produjo un movimiento que no supe definir. Dos mocetones que estaban
detrás de la silla de la señora del alcalde, de pié, abrieron un poco las
cazadoras de piel negra que
llevaban puestas dejando a la vista las culatas del revolver que tenían entre
el cinturón y el pantalón. Uno de ellos, el que tenía la cara menos fiera, se
acercó a mí y poniendo su boca cerca de mi oído me dijo en voz baja “por
razones de protocolo, usted no puede bailar con la esposa del señor
intendente”.
Intervino
entonces el señor Intendente:“en México no se estila invitar a bailar a la
esposa de la máxima autoridad. Es el protocolo, usted sabe”.
Después de
ese breve intercambio de palabras poco más se dijo en la mesa. Para quitar
hierro a la situación,uno de los presentes dijo que en España y en Europa, en
general, era usual sacar a bailar a cualquier persona en una situación como aquella.
Sobre la mesa
se extendió una especie de tiniebla que impedía las conversaciones: una suerte
de silencio de los llamados “sepulcrales”. Y todo por una simple y educada
invitación a bailar.
Ya en el hotel, Ramón de la Moneda comentó irónicamente: “vaya forma tan original de tranquilizar al turismo norteamericano”.
(seguirá)