Por Rodríguez Couceiro.
En México vivía
un amigo de mi infancia y adolescencia españolas que se llama Emilio Antelo.
Vivía en la ciudad de León, tras haberse
casado con una chica mexicana, hija de españoles. Era empresario, tenía un negocio de café que iba muy bien.
Desde Ciudad de
México hasta León hay unos 400 kilómetros. Desde mi oficina llamé por teléfono a Emilio. Tras las primeras palabras
y sorpresa de Emilio, que ignoraba que yo me encontraba en el país, me las
arreglé para hacerme invitar a visitarlo y conocer su ciudad, muy pintoresca.
Mi amigo Carlos
Ferreira había despertado en mí la necesidad de ir a León por un hecho noticioso
muy importante: Según él cerca de León
se había visto a unos grupos de hombres con uniformes irregulares que
hacían prácticas de guerra: simulaban ataques, prácticas de tiro, y otros ejercicios
militares.
Según
Carlos, eran guerrilleros anticastristas
cubanos que estaban preparando una invasión a la isla de Fidel Castro. La
noticia era de grandísimo interés para
Carlos Ferreira y su agencia, Prensa
Latina, y la Cuba de Fidel Castro. Él no podía viajar a la zona porque
presumiblemente los agentes del gobierno mexicano lo detendrían si sospechaban
que estaba tratando de averiguar las actividades de los cubanos “gusanos”, que
es el nombre por el que se conocía a los
anticastristas.
A todo esto debo
decir que a Carlos y a mí, las autoridades
mexicanas nos tenían más o menos vigilados. Y no tenían ningún interés en
disimularlo: junto a mi casa estaba siempre estacionado un auto Volkswagen del
tipo “cucaracha” que aparentemente me vigilaba a mí. Cuando yo salía de mi
casa, el auto también desparecía.
Por aquella
época México vivía un conflicto muy serio, el “Movimiento Estudiantil” una
sucesión de enfrentamientos entre los estudiantes y el gobierno. En cierto modo
era un reflejo de lo que sucedía en Francia y un poco en casi toda Europa: el
movimiento de mayo de 1968.
Pero en México
la rebelión de los jóvenes se extendió a
todo el país, a los partidos políticos: La sociedad se dividió entre
partidarios y contrarios de los estudiantes.
La represión del
gobierno fue tremenda, incluso sacó al ejército a la calle. El Movimiento
Estudiantil que concluiría dos días antes de la inauguración de los Juegos
Olímpicos, con el aplastamiento de la revuelta estudiantil por el ejército, en la Plaza de las Tres
Culturas. Con no menos de quinientos muertos.
Aquella tarde
trágica no es fácil de olvidar. En el coche de Prensa Latina acudíamos a la
concentración del “Movimiento”. La convocatoria decía que la reunión
multitudinaria se celebraría en la Plaza de las Tres Culturas a partir de las
tres de la tarde. A medida que nos
acercábamos a la plaza y al encontrarnos con camiones llenos de soldados armados supusimos que el movimiento se había auto disuelto, como se venía comentando
desde hacía una semana.
La actitud de
los militares dispuestos en los camiones en las proximidades de la plaza, era simpática;
hacían bromas con nosotros cuando nos cruzábamos. Nosotros les hacíamos le “v”
de la victoria y ellos nos respondían
del mismo modo, e intercambiando lemas de moda en aquellos meses de refriegas entre el pueblo y los militares:
“Venceremos, el pueblo unido jamás será vencido”, cantábamos unos. “Estudiantes
piojosos, os barreremos de las calles”, respondían los soldados. Cuando
llegamos a la Plaza de las Tres
Culturas, la misma estaba colmada por una multitud de gente de todas las edades
y clases sociales, con predominio de jóvenes
estudiantes. Como sucedía en las
concentraciones y en las reuniones multitudinarias, había entre los presentes
viejos y viejas vendiendo tacos, refrescos de todo tipo y cosas por el estilo.
Más que un acto de protesta, aquello parecía una fiesta popular. De pronto
sonaron los disparos. Vimos a unos soldados disparar a la masa de gente desde
unos edificios altos que formaban todo un lado de la plaza. Desde la multitud
se respondía al fuego de los soldados con armas cortas pero numerosas. La
multitud caía, gritos desesperados, atropellos de unos concurrentes sobre otros
en los intentos de correr y escapar de la plaza… En
fin, unas imágenes terribles, pavorosas.
Increíbles para la segunda mitad del siglo XX.
Entre las
víctimas más notables de la jornada se encontraba la periodista italiana,
Oriana Falachi, que tuvo la suerte de recibir una esquirla de un disparo en el
culo., disparo que contribuyó a incrementar su fama internacional.
Confesé a mi amigo Emilio Antelo la razón real del mi
viaje a León. Para suerte mía resultaba que Emilio conocía al Alcalde de León,
que suponíamos que tendría noticias de la presencia de los supuestos “gusanos”
en su territorio. Efectivamente la conocía:
-Me han comentado que en la zona han visto a
algunos hombres vestidos con uniforme, que no son mexicanos y que hacen
diversos movimientos de guerra. Se escuchan muchos disparos y otras maniobras
militares- nos dijo el alcalde. .
Nos despedimos
hasta la tarde en que procuraría tener más información. Como ya eran las dos de la tarde, Emilio y yo
nos dirigimos a su casa para almorzar. Estando en la comida, llamaron por
teléfono. Era una llamada para mí, de mi jefe en México, Carlos Viseras.
Me dijo que tenía que regresar urgentemente a Ciudad de
México. Que tenía que llamar a García Gallego, el Director de Efe
Internacional.
Mi amigo Emilio me llevó en su coche al
aeropuerto de la ciudad y volé a Ciudad
de México haciéndome toda clase de conjeturas cerca de lo que tendría que
decirme García Gallego. Tal vez una bronca por algo que había hecho, o que no
había hecho. Al llegar a México eran ya
las once de la noche y por la diferencia horaria con España, cinco o seis horas
más, dejé para el día siguiente la llamada a García Gallego.
Bien temprano en
la mañana, llamé al García Gallego, el Director de Internacional de Efe quien
me comentó que las autoridades mexicanas habían llamado a la Agencia para
pedirles que me sacasen de país, sino se verían en la obligación de expulsarme
de México. ¿Las razones? pregunté yo. Únicamente me dijo que los mexicanos
habían dicho de mí que era un peligro para México, que estaba involucrado con
los responsables del movimiento estudiantil y otros asuntos por el estilo. Después
de mi autodefensa García Gallego me comentó que la Agencia había decidido
enviarme a Santiago de Chile de Delegado, lo que constituía un ascenso. Efectivamente
era así: en México era un corresponsal y en la capital de Chile, Delegado: el
jefe de la oficina o delegación de Efe.
Poco antes de la
salida del avión, Carlos Viseras, mi jefe, me informó que las autoridades del
gobierno habían decidido expulsarme, pero por consideración para la Agencia
Efe, habían decidido negociar mi salida con mis jefes para simular un cambio de
destino en mi carrera. En fin, una afortunada patada hacia arriba.
En el vuelo
hacia Santiago de Chile tuve tiempo de recordar algo que me había parecido
sintomático unas horas antes. EL clima de broma y de aparente buen humor que
habían demostrado los soldados con los que nos cruzamos camino de la Plaza de
las Tres Culturas, cosa inimaginable días antes.
A las dos de la
tarde la radio había dicho que, en aquel momento, se había reunido el ministro de Gobernación (Interior) con los
líderes del Movimiento Estudiantil para llegar a un acuerdo y suspender las
actos de protesta y que los estudiantes regresasen a sus centros de estudio,
principalmente los de la Universidad Autónoma de México (UNAM). En fin, poner punto final a la revuelta. El gobierno
mexicano tenía espacial empreño en que la revuelta estudiantil terminase de una
vez, ya que en diez días más se inaugurarían los Juegos Olímpicos de 1968, que
tenían como escenario la Ciudad de México. Y este país era muy celoso de su
imagen internacional.
Teniendo en
cuenta todo eso, junto al tono simpático que observaban los soldados
movilizados por el gobierno me hacían presumir que había habido acuerdo entre
el ministro de Gobernación y los líderes del movimiento. Tan es así que
estuvimos a punto de dar la vuelta y regresar a nuestras respectivas oficinas.
Yo pensaba,
además, que el posible acuerdo entre el Ministro y los estudiantes
probablemente se había logrado, teniendo
en cuenta la personalidad del Ministro, el interlocutor del gobierno, el señor
Luis Echverría, ministro de Gobernación, quien –para mí- era la paloma del
gobierno del Presidente Díaz Ordaz, un hombre rudo y autoritario, al igual que
su Partido el Revolucionario Institucional (PRI).
(seguirá)
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