El DC 10 de Iberia salía de
Ciudad de México rumbo a Madrid. Como siempre, a las cuatro de la tarde. Era un
día soleado y claro, típico dela capital mexicana. Viajábamos toda la familia: mi
esposa Vicky y yo con los cinco hijos
que teníamos en aquella época: el año 1969.
Hacía tres meses que había
finalizado la mal llamada“guerra del futbol” entre Honduras y El Salvador. En
verdad esta vez necesitaba las
vacaciones que estaba comenzando
a disfrutar.
Al otro lado del pasillo del
avión, viajaba un sacerdote joven, aproximadamente de mi edad.
Como me temía, el sacerdote
parecía querer hablar con alguien,
conmigo justamente (yo aborrezco a las personas que me hablan en los
viajes). Me resigné y me dispuse al
sacrificio:
-¿Es usted español, verdad?
-me preguntó.
-Sí, respondí.
-¿Qué hace en este país? -Otra
vez el mismo rollo, me dije, y contesté - Soy periodista,
corresponsal, de la Agencia Efe en México.
Se quedó pensativo un momento, antes de añadir:
-Entonces es usted
compañero del periodista de Efe, que mataron en Guatemala….
-Ese que murió fui, yo, le
dije. En ese instante pensé en lo que habían escrito el diario “Prensa Libre” y dicho las emisoras de radio
en la ciudad de Guatemala días antes.
Habían publicado y difundido, que “el corresponsal de la
Agencia Efe y el fotógrafo que lo acompañaba
habían muerto esa mañana víctimas de disparos cuando pretendían vadear
un río en la frontera entre Guatemala y
Honduras, para entrar a este último país”. La tarde anterior yo me había comunicado
con mi Agencia, en Madrid, para decirles que me ofrecía a ir de enviado
especial y cubrir el conflicto desde Tegucigalpa. Para mi enorme satisfacción me
respondieron afirmativamente ¡Iba a informar sobre una guerra: el sueño de todo
corresponsal!
Al mismo tiempo desde La Habana, la dirección de
la Agencia Prensa Latina ordenaba a su corresponsal en México, Carlos Ferreira,
trasladarse a Honduras con el mismo fin.
Carlos Ferreira y yo éramos íntimos amigos
desde el mismo día que yo llegué a México, hacia año y medio. Los dos habíamos solicitado al mismo tiempo a
nuestras centrales, ir como enviados especiales a cubrir la guerra entre EL
Salvador Y Honduras, la mal llamada “guerra del fútbol” (más adelante lo
explicaré).
AL día siguiente nos encontramos
en el aeropuerto a un buen número de corresponsales establecidos en México,
todos con el mismo destino:las capitales de Honduras y EL Salvador. Pero los
vuelos a ambas ciudades habían sido cancelados
en virtud de la guerra. Y cada corresponsal eligió el vuelo alternativo que
mejor le pareció. Nosotros, Carlos y yo, elegimos el destino Guatemala…
Tanto el uno como el otro íbamos muy cortos de
dinero. Así que al llegar nos alojamos en un hotel muy barato. Era una época,
aquella, de gran violencia en Guatemala, con la guerrilla en pie de guerra
contra el gobierno militar. Todos los días había algún choque entre ambos; con
su secuela de muertos y desaparecidos. Se daba entonces la circunstancia de
que, en el plano internacional, Guatemala acusaba Cuba de fomentar y financiar
la guerrilla, cosa por todos sabida. Y he aquí el intríngulis: Carlos,
mexicano, trabajaban en la agencia de noticias de Cuba, Prensa Latina, motivo suficiente para que los
“milicos” guatemaltecos lo considerasen un agente castrista infiltrado en Guatemala, bajo el pretexto de
la guerra. Y yo era su compañero.
Sea por esto o por lo que fuere,
Carlos y yo teníamos un cierto temor. Por la acera de nuestro hotel advertí la
presencia de tres o cuatro hombres sospechosos, una especie de “ton tón macouts”
haitianos. Por esa razón decidimos mudarnos (en las embajadas de España y México nos habían prestado unos centenares
de dólares). Y elegimos el que
probablemente en aquel entonces era el hotel más lujoso de la Ciudad, el Camino
Real. Allí nos sentimos seguros y a salvo de algún hipotético secuestro o
agresión por parte de los esbirros del gobierno militar.
Al día siguiente
fuimos en taxi hasta la ciudad de San Pedro Sula, situada en la frontera con
Honduras donde nos habíamos propuesto
pasar por tierra.
Buscamos alojamiento en una
especie de gran pensión y seguidamente, nos fuimos caminando hasta la frontera,
muy cercana. El puesto fronterizo era
una simple caseta con un par de soldados.
Entre la gente que se curioseaban por allí, había un alto oficial con el que trabamos
conversación. Nos contó como había comenzado la guerra y algunos pormenores que
nos fueron, muy útiles cuando escribíamos nuestras crónicas. Al decirle que
pensábamos penetrar en territorio hondureño,
él se ofreció en acompañarnos un trecho. Creímos que era nuestro guía ideal, y nos dispusimos a pasar.
Entonces recurrió a un jeep y en compañía de un suboficial, que actuaría de
chofer, pasamos a territorio hondureño.
Al poco de penetrar por una
carretera que más bien era un sendero en la altiplanicie, observamos un
resplandor a lo lejos que venía hacia nosotros, es decir, hacia Guatemala. El
coronel se puso nervioso y ordenó al chofer que detuviese el vehículo. Ambos
bajaron del jeep con metralletas y se ocultaron detrás de coche. A nosotros, nos dijo que nos situáramos delante
del jeep como que éramos dos ciudadanos que estábamos de casualidad en el
camino.
(Luego nos explicaría que lo
hacía porque ellos, él y el suboficial,
no podían entrar en territorio de
Honduras, siendo guatemaltecos y vestir uniforme del país). Carlos y yo, con
evidente miedo, esperábamos a que la luz llegase a nosotros: resulto ser una
caravana de automóviles y camiones cargados de refugiados hondureños en busca
de la seguridad que confiaban encontrar en
Guatemala.
¿Qué podía haber ocurrido para que “mi
muerte” mereciese el honor de la letra impresa? Después un rato de meditación empecé
a encontrar una posible explicación: el alto oficial que nos sirvió de guía la
noche anterior, era el coronel Guillermo Echevarría, máximo responsable militar
de aquella región, especialista –nos confesó- en la lucha contraguerrillera, con entrenamiento recibido en la Escuela de las Américas, del ejército
de los Estados Unidos en
Guatemala.
De
regreso en San Pedro Sula fuimos a tomar unas copas de ron y a cenar a la fonda en la que nos alojábamos.
Y he aquí la reflexión que me hice en ese momento: nuestro anfitrión había sido
el Coronel Guillermo Echeverría, Comandante de la zona.
En la larga conversación que tuvimos durante la cena nos describió con
lujo de detalleslas tropas que tenía a sus órdenes, cuál era el estado de la
actividad subversiva en aquella zona y
otros muchos datos. Y también un pequeño secreto: qué había sucedido con el
líder guerrillero guatemalteco John Sosa (en aquellos días no había
ninguna noticia de él, pero se sospechaba que estaba vivo).
En resumen, que el Coronel nos había facilitado material para hacer un
completo informe sobre la situación de la guerrilla. Seguramente un relato de
gran valor para los cubanos.
Supuse, además, que los servicios de inteligencia de Guatemala habían detectado
mi presencia “y la del fotógrafo que me acompañaba”, que era en realidad un
periodista que trabajaba para un agencia cubana de noticias. Naturalmente un “espía” cubano y nada menos, que el propio jefe militar de la
zona había facilitado un completo informe sobre la actividad subversiva.
Al regresar a su cuartel, ya de madrugada, el Coronel Echeverría debió
encontrar sobre la mesa de su despacho una
comunicación de la inteligencia guatemalteca referente a la presencia en
el país de un periodista español y de un fotógrafo cubano.
“¡Carajo -debió decirse el Coronel al leer el informe- que pendejo he sido, les di un reporte
sobre la guerrilla nada menos que a unos espías de Cuba¡”.
Y a partir de aquí habría maquinado el procedimiento para eliminarnos.
Durante la cena nos había indicado la
forma de penetrar en territorio hondureño, que era nuestro destino.
“Vadeando un río que corre por la frontera”, nos había dicho.
Al oír aquello, sufrí un súbito
enfriamiento en mi ardor profesional: yo
no sabía nadar y el agua me daba un
miedo muy respetable.
Cuando el Coronel se marchó le pregunté al personal de la pensión si
el río era en realidad vadeable. Después de que los empleados dialogasen entre
ellos, llegaron a la conclusión de que el
río era peligroso en aquella época. ´´Únicamente es practicable nadando” comentaron.
Definitivamente aquello no era para mí, me dije. Y decidí que yo no iba pasar el río. Y tal decisión se la comenté a
Carlos, que muy amablemente me comprendió a pesar de que él sí, sabía
nadar.
Al día siguiente me levanté temprano,
a las seis de la mañana, y me dirigí a las oficinas de la gigante
norteamericano YunaitedFruit , buscando un medio para transmitir la crónica que
había escrito la noche anterior sobre mis primeras 24 horas en las
inmediaciones de la guerra mal llamada “del
fútbol”, entre Honduras y el Salvador. En las oficinas me facilitaron con gran
generosidad su télex, por el que pude transmitir mi crónica a la oficina de Efe en México.
En mi
oficina, en México , Vicky, mi mujer,esperaba mi llamada, según lo convenido,
para transmitir a Madrid la crónica que yo le dictaría. Lo primero que le dije, innecesariamente porque ella lo estaba comprobando en aquel
momento, fue que no hiciera caso si le
informaban de que me habían matado en la zona de San Pedro Sula.
Cuando el DC 10 de Iberia tomo tierra en el aeropuerto de Barajas, no me
esperaba nadie de la Agencia EFE, ni de
mi familia; tampoco ningún amigo. Nadie me esperaba, como yo confiaba, como a
un héroe de guerra. Tragué mi decepción
lo mejor que pude, pese a que alguna de mis crónicas, con mi firma, habían sido
publicadas por el diario ABC, proeza pocas veces alcanzada por algún
corresponsal de mi agencia.
“La guerra del fútbol “, fue un nombre que le
aplicaron los periodistas norteamericanos y “copiada” por los medios de comunicación de
todo el mundo.
Pero debajo de ese nombre había una realidad mucho más
severa: la pobreza, la miseria. Desde siempre los salvadoreños habían emigrado
a Honduras en búsqueda de un destino con
menos hambre y miseria que en su propio país. De ahí surgieron como suele
ocurrir en esos casos enfrentamientos
verbales, disputas de vecinos hondureños y salvadoreños, las peleas y los
enredos más serios.
La chispa de la violencia saltó durante un partido de futbol entre las selecciones nacionales de
los dos países. Y de ahí invadió todos
los ámbitos de la relación entre las dos naciones. Como el
fuego había surgido en un partido de fútbol.Algún genio delos titulares decidió aplicarle el nombre de “La guerra del
futbol”. Y de ese modo quedó registrad en
la historia.
seguirá.....
José
Antonio Rodríguez Couceiro.