viernes, 21 de marzo de 2014

Capítulo 7. La Unidad Popular y el golpe de Estado

Por Rodrìguez Couceiro.
Chile era uno de los escasos países de Hispanoamérica cuya vida democrática  no había sido interrumpida nunca por un golpe militar. Esta tradición y el ejemplar acatamiento de los militares al poder civil, hizo creer a muchos que esta vez sí, el gobierno marxista  de Salvador Allende se iba a desarrollar sin interferencia militar alguna.
El paisaje de Santiago, mitad campesino, mitad urbano, la cordialidad y la acogedora recepción          del pueblo me recordó las palabras que un escritor de un país comunista, no recuerdo si húngaro o rumano, dedicó a Chile. Él había huido de la segunda guerra mundial que asolaba a Europa y había buscado refugio en aquel lejano país del extremo sur de América. Y escribió:     “Chile  es como un jacinto, que mirándose  en el océano pacífico se enamoró de sí mismo, tan bello era”.
Esta circunstancia hizo que Chile se convirtiese en punto de atención mundial. Por esa razón se explicaba que acudiesen a Santiago decenas de corresponsales de los principales diarios y emisoras de radio y televisión de todo el mundo. Principalmente de los países comunistas. En todas las naciones del planeta se seguía con la máxima atención la actualidad chilena para comprobar si, como decía Allende,  Chile era el primer país en el que se demostraba la hipótesis por él sostenida contra viento y marea de que “esta vez sí” se conseguiría instalar el  socialismo en democracia. “AL socialismo con vino y empanadas”, decía Allende, en alusión a la  comida y la bebida tradicionales del país. 
Ese era el reto que la izquierda chilena (la Unidad Popular) sostenía que podría superar: llegar a  rebasar las normas y condicionantes legales vigentes e instaurar un gobierno de ideología marxista, respetando la legislación y la cultura de  la democracia burguesas.
EL único elemento negativo de la sociedad chilena era su alto consumo de alcohol, de vino, excelente en el país. Hasta tal grado era importante el efecto social del consumo de bebidas alcohólicas  que en una oportunidad que teníamos un cena para muchas personas, le dijimos a la muchacha (“a la mucama”, que decían allá)  si podría quedarse aquella noche en casa.  Su respuesta nos dejó atónitos: “Lo siento mucho señora. Pero no puede ser. Yo tengo como usted sabe un niño y una niña de pocos años. Y Jesús, mi marido, quedarían solo con ellos y una tentación la tiene cualquiera”.
El bendito de Jesús: un hombre en apariencia de lo más  normal. Modesto, respetuoso,  educado. En fin, parecía confirmarse mi creencia de que el alcoholismo era el causante del  “pecado” chileno por excelencia: el delito sexual intrafamiliar (el incesto).
Los tres años que pasé en Chile experimenté, como si fuera un universitario que estuviera contemplando en el portaobjetos de un microscopio social,  el desarrollo de la lucha  de clases.          
También ocurrían cosas sorprendentes. En una ocasión la dirección del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), una organización de ultraizquierda, de la serie de organizaciones  guerrilleras que por aquel tiempo florecían en casi todos los países latinoamericanos, declaró que, considerando que Allende quería respetar los límites que imponían las leyes y normas y  de la democracia, le  concederían una tregua en sus métodos revolucionarios. Es decir, la ultraizquierda suspendía sus tácticas guerrilleras (asaltos, ocupaciones de grandes fincas y centros fabriles, asesinatos, secuestros, y otros medios de lucha típicos de la guerra revolucionaria que ellos practicaban). En fin que la ultraizquierda suspendía sus acciones mientras la Unidad Popular de Allende, gobernase el país, para evitar que la derecha atribuyese a la actividad del MIR a una ayuda al proceso de cambios, que experimentaría Chile.

En ese aspecto los analistas  que atribuyen al MIR responsabilidad principal en la guerra fratricida que se desató tras el golpe militar, se equivocan. El MIR no solo no contribuyó al conflicto sino que por el contrario logró que los conatos de guerra civil se diluyesen. El MIR tenía una gran presencia en los extractos más bajos de la población. De alguna manera el MIR disciplinó y organizó al subproletariado chileno, evitando las acciones individuales y no orgánicas de este sector social.

En este proceso se producían  a veces situaciones paradójicas. Así, se daba el caso de que la justicia castigaba con más severidad el robo de una gallina, pongo por caso, que la  ocupación de una finca o una gran explotación agropecuaria.                             

La explicación de este supuesto disparate legal  se debía a que Chile había sido siempre un país capitalista y las  leyes aún vigentes respondían a esta ideología. Y como era más frecuente que un pobre robase una gallina a que ocupase una propiedad agropecuaria (esto último era más usual en los propietarios que eran los poseedores de la fuerza y de la influencia en los estrados judiciales) estaba relativamente más penalizado robar la gallina que ocupar una gran propiedad.

 Yo tenía mejores vínculos con la izquierda gubernamental que con la derecha opositora y   para golpista. Me era más simpático y atractivo Salvador Allende que los jefes opositores, como Eduardo Frei, líder de la Democracia Cristiana Chilena  ex presidente de  Chile,  y  predecesor de Allende. La creencia de Allende en la “Vía chilena al socialismo” parecía sincera. Era un hombre muy popular, al que le decían “El Chicho” Allende.                                                                                                                                                                          
Ante la magnitud y volumen de  noticias que salían todos los días de Chile, yo me hice el propósito de presentarme candidato a la presidencia de la Asociación de Corresponsales Extranjeros  de Chile. Eso me daría ciertas ventajas sobre los demás corresponsales, a la hora de asistir a determinados actos del Gobierno, y de las demás  instituciones del país. En fin, actos en los que se podía obtener informaciones exclusivas. 
Las elecciones presidenciales se iban a realizar el 4 de septiembre de 1970, a los pocos meses de haber llegado yo a chile. A la vista de los numerosos corresponsales que había en Santiago sobre todo los de los países de la órbita soviética, me pareció oportuno buscar su voto. Por ello colegí que debía de haber una cierta jerarquía entre ellos. Y así busque al corresponsal de la Agencia Tass, la agencia de la URSS, y le expliqué mis intenciones.
El día de las elecciones me encontré con la sorpresa de que salí elegido Presidente de la Asociación, Vicepresidente, Tesorero, y ahora mismo no recuerdo, titular  de varias vocalías Total que mi acuerdo con el corresponsal de Tass dio un resultado clamoroso.
Un mes después de la elección, comprobé su utilidad. Había ocurrido un hecho que había puesto en entredicho una noticia transmitida por la agencia norteamericana UPI. Para templar gaitas con Allende, le ofrecimos una cena en un hotel de Santiago. En la cena me correspondió,                                        naturalmente, sentarme al lado del Presidente Allende.
Por aquellos días se había suscitado una serie de comentarios, conjeturas y conversaciones que se referían a la gestación de un golpe de estado. Hasta entonces este tema se trataba a media voz. Con medias palabras, sobre todo en ámbitos del gobierno de la Unidad Popular. Pero con el paso de los días y poco a poco el asunto fue siendo tratado, abiertamente, primero por los medios de información de la oposición y después por los más próximos a los partidos de la Unidad Popular. Y por último por toda la población,                                 
Yo  utilicé la cena para preguntarle al Presidente sobre el tema. Días antes se había producido una elección por un escaño del senado de una provincia del interior, motivada por el fallecimiento  del  su anterior titular. Contra todos los pronósticos,  ganó  el candidato de izquierda, lo  que provocó el júbilo de los partidarios de la Unidad Popular.
El planteamiento era el siguiente: si a mediados de la presente legislatura la izquierda había ganado unas elecciones por un margen considerable, cuando se produjeran las elecciones generales, en el plazo de dos años, la izquierda ganaría, probablemente en todo el país. Con lo cual, el parlamento sería mayoritariamente de la Unidad Popular. Y entonces se daría la situación ideal para que se hiciera realidad la tan cacareada  ”vía chilena al socialismo”. Ejecutivo y Legislativo en manos de la izquierda. ¡La gobernabilidad en poder absoluto de la izquierda gubernamental.
 Con  entonación triunfalista le dije al presidente Allende: “!Vía franca al socialismo!”. “Ningún obstáculo para que la izquierda llegue al poder por la senda democrática”, añadí.  Allende esbozó una media sonrisa y retrepándose en la silla, como solía, me respondió: “Está usted muy equivocado. Cuanto mayor sea la posibilidad de que gane la izquierda las próximas elecciones, más  cerca estaremos del golpe militar” dijo.
 A los españoles en Chile nos llaman coños. Seguramente por la frecuencia   con la que usamos esa palabra a modo de exclamación  en  las conversaciones y en los diálogos.
En la  conversación con Allende me contó una anécdota sobre la palabreja antedicha. En el puerto de Valparaiso, segunda o tercera ciudad de chile, a unos 150 kilómetros al este de Santiago, en los años de la guerra civil española vinieron a Chile, en barcos dispuestos por el gobierno chileno, muchos refugiados del bando republicano.  Familias completas se acogían a la generosidad de las autoridades chilenas.
EN una ocasión en el buque “Winipeg” llegaron miles  de refugiados. Para recibirlos  la izquierda chilena organizó una manifestación en el puerto de Valparaiso. Acudieron miles y miles de militantes y simpatizantes del partido comunista y  de otros partidos de la izquierda chilena. AL frente de la manifestación una gigantesca pancarta les daba la bienvenida con una explícita  leyeda:  “BIENVENIDOS LOS COÑOS ROJOS”.

                                                                                    (Seguirá).