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lunes, 16 de febrero de 2015

RELATO 13: Regreso a casa

A partir del suceso de mi detención y liberación  los acontecimientos  se desarrollaron con relativa normalidad. Argentina y Chile se prepararon para  una guerra, que afortunadamente se suspendería en el último minuto. Estos dos países, que comparten una frontera de más de 5.000 kilómetros, siempre se miraron con cierta desconfianza, en virtud de sus largos límites, con incidentes menores a propósito de las fronteras.
Sin embargo persistía un viejo diferendo en el extremo sur del continente. En el Canal Beagle por la propiedad y la soberanía de unas pequeñas islas:  Nueva, Pictom y Lennox y un rosario de islitas que las rodeaban.
Pues bien, por la soberanía de ese escaso territorio insular, Argentina  Chile estuvieron a punto de ir a la guerra. Se hacían ejercicios de oscurecimiento, en las ciudades para “escapar“ a los posibles bombardeos del enemigo, se hacían minuciosos controles de personas para evitar la actividad de los posibles espías, y otros  más o menos similares.  Unos pasos que conducían, inexorablemente, a la guerra.
Hubo un último intento de los gobiernos de Santiago y Buenos Aires  de llegar a un acuerdo pacífico y recurrieron a la mediación del Vaticano, en noviembre de 1984.  El Cardenal Antonio Samoré  fue destinado por el Papa Juan Pablo II como mediador entre los dos países.
 EL día 29 de noviembre de 1984 decidimos en mi agencia darnos una cena de fin año. Y fuimos a comer a un chiringuito llamado “Hijos de Siero y Noreña” asturiano, famoso por sus fabadas. Era a la vez la sede social de los descendientes de los asturianos inmigrados al país.
    Al día siguiente me enteré de que poco antes de las doce horas de la noche anterior, las tropas de los dos países habían recibido la orden de suspender el        comienzo de las operaciones, previstas para la medianoche. EL Vaticano había logrado que los dos países firmasen el “Tratado de Paz y Amistad” que ponía fin a tensión bélica entre  Argentina y Chile.
Las gestiones del Cardenal Antonio Samoré  habían logrado  salvar a Chile y Argentina de una guerra que se presumía que habría de ser muy cruel y sangrienta. También me había salvado a mí de una mancha negra en mi expediente profesional.  El comienzo de la guerra me hubiera cogido a mí y a todo mi brillante equipo en una cena muy festiva y en la posterior ronda de copas, totalmente ajenos a nuestra obligación de pasar las noticias tan pronto como sucedían.
Días después fuimos Vicky y yo por última vez al “Viejo almacén” a escuchar tango, y especialmente al gran Edmundo Rivero que, como siempre, cantaba y reinaba en la vieja catedral del tango de Buenos Aires, cerca del barrio de La Boca   .  
Ya nos habíamos hecho a la idea de que teníamos que  poner fin a  nuestro  periplo latinoamericano. Teníamos que abandonar Argentina  después de nueve años, toda una vida. Y emprender el camino del regreso pasando por Brasil, mi nuevo destino.                     
 En Argentina habíamos pasado los momentos más alegres y más tristes (trágicos) de nuestra vida. En Buenos Aires habían nacido tres de mis seis hijos. Y habíamos perdido a uno, Albertito, de poco más de dos años de edad, ahogado el día    tal del cual en la piscina  de casa. Albertito había nacido en Santiago de Chile. EL dolor más desgarrador que  una persona puede experimentar.
Yo no podía aceptar que la desaparición de mi hijo menor era “para siempre”- Que frase tan brutal, inhumana, era ese “para siempre”- No volver a verlo “Jamás”. Eso es lo más brutal de la muerte. En mi desesperación invoqué a Dios y al Diablo, No obtuve respuesta. Nadie contestó: su desaparición era “para  siempre”-
En Buenos Aires habíamos tenido a nuestros mejores amigos, Jaime Valdés   y Máxima, su mujer.  ChiIenos, él era Agregado de Prensa de la embajada de Chile en Argentina.  Moriría años después, En su Chile, a causa de una leucemia.
En Rio  de Janeiro estuvimos residiendo menos de un año, una estancia precaria ya que me barruntaba que pronto regresaríamos a Madrid, a casa.
Una tarde, poco después de haber almorzado, recibí una llamada telefónica de Madrid. Era Coral, la secretaria del Presiente de la Agencia, el gran Luis María Anson, a quien había aprendido a respetar,  a  admirar y a querer.
  Anson me dijo que ya había tenido mucho tiempo de carrera en América (de 1968 a 1982) Que  era hora de ir pensando en regresar. Y que había pensado en mí para nombrarme Director de Internacional  de la Agencia. Era un ascenso que yo, raramente, pensaba que podría ocupar. Disimulé mi sorpresa y mi contento y acepté, naturalmente. Iba a sustituir a José Luis García Gallego, un hombre muy respetado y muy querido por su redacción. Y por mí.  Era muy,  muy amigo mío, a quien quería como a mi padre.        
En mi cargo de Director de Internacional pasé toda clase de vicisitudes. Fui también en ese tiempo Director de Mercado Exterior (ventas) y por segunda vez director (corresponsal) de las delegaciones en México y en Argentina.       
Por cierto durante nuestra segunda estancia en México, tuvimos la oportunidad de ejercer de padrinos de la hija de Carlos Ferreira y Malena, con quienes habíamos convenido, 15 años antes, ser padrinos mutuos, ellos de mi hijo José Antonio, que nació en México, y nosotros de su hija, Anita. Que grandes amigos, los Ferreira, que habían esperado quince años a que nosotros volviéramos a México para bautizar a su hija.
Tras nuestro segundo paso por México y Argentina regresamos ya,  definitivamente a Madrid. Era 1982 y aquel año se celebraron elecciones generales  que ganaría Felipe González.  La victoria de los socialistas nos hizo presumir a todos los integrantes de Efe que a Luis María Anson le quedaba poco tiempo  como Presidente de la Agencia. Efectivamente fue así: el nuevo gobierno decidió sustituirlo por  Ricardo Utrilla, un hombre que no me fue simpático.
En la última reunión de directores que tuvimos con Luis María Ansón, antes de su relevo, me dijo algo que me sorprendió muchísimo y me llenó de gratitud para con el rey Juan Carlos.
Dirigiéndose a mí, Ansón dijo:
-Ahora que ya nos despedimos, quiero decirle Coceiro, algo que ignora.  Es a Su Majestad el Rey, don Juan Carlos, a quien  debe su libertad en Argentina. Yo en cuanto supe de su detención me dirigí a él pidiéndole su intersección ante los miembros de  la Junta de Argentina. EL habló con el Almirante Emilio Masera, y por eso fue liberado usted.  

FIN.





Capítulo 12: El golpe contra Isabel Perón

En medio del ambiente  de corrupción  de las instituciones y la actividad de las organizaciones guerrilleas (Montoneros y el ERP) en Argentina se  se vivía  en un territorio sin Estado. La guerra abierta declarada por las fuerzas armadas contra los guerrilleros  hacían   de cualquier día un día de guerra.  Asesinatos ,  tiroteos  y secuestros  con la habitual desaparición de personas  ( secuestros de activistas de izquierda o simplemente de personas sin más), hacían imposible  el normal desarrollo  de la vida de la ciudad o del país.
    YO mismo perdí varios amigos  en manos de las fuerzas armadas, uno de ellos, mi gran amigo Rodolfo Fernández  Pondal  Era un periodista que editaba un boletín confidencial,  desapreció el mismo día  que había regresado  de un viaje de instrucción del portaaviones  “25 de Mayo” invitado por el Comandante en Jefe de la Armada, almirante EmIlio Massera.  Al parecer fue secuestrado por la misma marina de guerra  que había sido su anfitriona  pocas  horas  antes… Él tan orgulloso con un chubasquero de la marina que le había regalado el Almirante Massera…. Su  nombre pasó a engrasar la lista de  los desaparecidos  hasta  que  fue declarado muerto.
    El día  que finalmente se produjo el Golpe nadie se sorprendió. Cuando la presidente María Estela de Perón subió al helicóptero que cada día la llevaba y traía desde el palacio del gobierno: la Casa Rosada, hasta su residencia  en  la muy próxima ciudad satélite de Vicente  López. Sería su último vuelo en libertad.
   Cuando el helicóptero pasaba cerca del aeropuerto urbano  de Aeroparque,  súbitamente     tomo tierra en el espacio reservado para las máximas  autoridades del Estado. Ante la extrañeza de la presidente, el almirante  Emilio Massera, que la acompañaba en el vuelo, le dijo que una pequeña avería había aconsejado esa breve  detención.
   Fue conducida a un avión y trasladada hasta su lugar de reclusión, una unidad de la Armada al sur de Buenos Aires.
    El derrocamiento y prisión de la presidente no causó  ninguna extrañeza en la ciudad.   Y  dejó muy tranquilo al Comandante  Ernesto Wener,  jefe del Regimiento Granaderos a Caballo general San Martín, la unidad del ejército que prestaba protección y custodia a la presidenta. 
   De esta forma el honor y la responsabilidad del Coronel Wener quedaron  a salvo.  Porque mi buen amigo el Coronel Wener,  creo yo  que tenía  un problema de conciencia.  Siendo el jefe  de la guardia personal de la Presidenta ,  tenía que defenderla  contra cualquier elemento adverso  que la amenazase.
     Y   él, que como militar estaba de acuerdo con el golpe, tenía que  defender a la Presidente de aquella eventualidad. Incluso, llegado el caso, oponiéndose a sus compañeros de armas.
     El problema se salvó al ser detenida  la Presidenta cuando esta se encontraba  en el helicóptero, en el aire. Ya que en este elemento ella era ajena a los cuidados  de Wener ,  ya que él operaba en tierra.
     Esta era una presunción mía, muy bien fundada. Pero sin tener certeza  de que  realmente fuese  así. Sin embargo, por datos pescados incidentalmente,  y por  la seguridad que tenía en mis conjeturas  no me cabía dudas sobre esta solución de compromiso.
     Igual que teníamos amistad y confianza  con Rodolfo Wener, la teníamos con otros altos oficiales de las tres  armas, lo cual no quita que si en la  lucha contra la subversión  si tenían que  darnos  caza, a los corresponsales, nos la diesen.  Así se explica el caso del secuestro y la desaparición de  Rodolfo Fernández  Pondal,  conocido  y  amigo de los comandantes en jefe  del as tres  armas  al que me referí anteriormente.
    El Golpe fue recibido por los bonaerenses con toda naturalidad, pese a que  la caza emprendida contra los Montoneros y el ERP, adquirió  niveles de guerra abierta entre las fuerzas armadas regulares y la guerrilla.  Y los casos de los “Secuestrados”  (los  desaparecidos)  adquirieron relevancia  mundial.    
    Esta dudosa relación cívico-militar explica en parte lo que me aconteció el día 7 de noviembre 1976.  En esa fecha   tenía que viajar a Madrid a algún asunto relacionado con la dirección de  mi agencia. Poco antes de trasladarme al aeropuerto recordé que un buen amigo, Fernando Mas,  un periodista argentino que había conocido en México donde era corresponsal de la revista norteamericana  “Reader’s Digest”, simpatizante –cuando menos,  de los Montoneros-  se había trasladado a vivir  a España y me había dejado su voluminoso archivo periodístico para  que yo se lo hiciera llegar a Madrid en alguno de mis frecuentes viajes.
     Entonces recordé el encargo  que Fernando  me  había dejado y tomé tres  o cuatro grandes sobres  con recortes de diarios que metí  en  mi cartera de mano y salí para el  aeropuerto.
    Al pasar al salón de embarque  un suboficial  que estaba en la puerta me pidió que,  por favor,  le dejase ver el contenido de mi cartera de mano. Entonces pensé en los sobres de  Fernando. Los abrí  y ante mi vista y la del  suboficial aparecieron recortes de la revista “Evita Montonera” y de otras publicaciones semejantes del grupo guerrillero.
     El militar me dijo que le siguiese y me llevó a la comisaría del aeropuerto. Allí un comisario   muy amable me dijo que esperase y se fue con mi maletín a una oficina contigua. Total quedé detenido por espacio de tres días  y tratado con toda cortesía, eso sí. Entre  tanto otro pasajero  norteamericano  que estaba en las aparentes mismas circunstancias que yo, entablamos conversación.  Por  lo que me dijo supuse que iba a quedar  en libertad  prontamente. Le pedí que cuando saliese  llamase por teléfono  a mi casa para decir  a mi mujer  lo que me  había ocurrido.  Y así lo hizo. Entonces  comenzaron las gestiones para  mi puesta en libertad de  la  Embajada Española, la Asociación de  Corresponsales Extranjeros y otras instituciones. Y naturalmente,  a los tres días,  fui dejado en libertad.
                                                                                                                  (Seguirá)


Capítulo 11. EL golpe en Chile.

       Finalmente  Chile estalló. Se produjo el tan anunciado y tan temido golpe de Estado. Fue el día 11 der septiembre de 1973 : un día de primavera  ( en el  hemisferio sur) tibio y soleado. Yo el día anterior había ido a dormir a mi casa, en el Barrio Alto. Desde hacía una semana me alojaba en el hotel Crillón, a tres cuadras de mi oficina esperando el golpe. Prácticamente me lo había advertido mi buen amigo Leonardo Cáceres, jefe de información de Radio Magallanes   me había dicho  que  el golpe se produciría  ese día.  Radio Magallanes, una emisora que pasaba por ser un medio que obedecía al Partido Comunista, habitualmente  sus informaciones  eran muy bien fundadas y yo la tenía por una fuente  informativa  muy fiable.
     Me levanté muy temprano  y  en el auto, a buena velocidad, me dirigí  a mi oficina  escuchando la radio del coche. A la altura del Parque Forestal la radio  suspendió su programación.  Enseguida   emitió un comunicado de las fuerzas armadas y marchas militares:

 SE HABIA PRODUCIDO EL GOLPE!!!    Firmaban  el comunicado  el Comandante en Jefe del Ejército, General  Augusto Pinochet;  de la Armada  Almirante  José Toribio Merino;  el de la Fuerza Aérea, General Gustavo Leigh y el Jefe Nacional de Carabineros,  general  César Mendoza. Ya en mi oficina, alrededor  de las doce horas  sonó el último  mensaje  de las Fuerzas Armadas:  se había dado un tiempo que finalizaba a las  12 horas a  Salvador Allende para que saliese  del país.   A la hora indicada se sintió el ruido de una escuadrilla de aviones que se dirigían a la Moneda. Inmediatamente  disparos y la explosión de cohetes sobre el palacio Presidencial.
     Sobre  la pena y el dolor que sentí al conocer el suicidio de Allende,  se sobrepuso el respeto  por el valor, la dignidad, y la responsabilidad del Presidente, que rechazó  las reiteradas ofertas  de los golpistas  de  enviarlo fuera del país y prefirió  suicidarse  con una metralleta que le había regalado  el comandante Fidel Castro, su amigo y compañero de ideología.
      El lo había dicho en numerosas ocasiones y en discursos, como una premonición: “me sacarán de La Moneda con los pies por delante en  una caja de pino, como hicieron con el presidente Aguirre Cerda”.
      Aceleré y  enseguida  llegué a la oficina. Ya todas las  emisoras de Santiago retransmitían en cadena nacional los  bandos y música  militar. El primer bando repetía que ante la situación  caótica que vivía  el país “las Fuerzas Armadas se habían visto obligadas  a tomar el poder, etc, etc”.
       A partir de aquel momento el Chile que yo conocía se volvió del revés. En Chile tampoco era posible la instalación de un gobierno marxista por la vía pacífica, democrática.  Chile tampoco era diferente.           
        A partir de entonces  se sumió en una auténtica guerra civil que a muchos  les recordaba la Guerra Civil Española. Por aquellos días todos los españoles éramos consultados sobre nuestro conflicto. Y la verdad es que las semejanzas eran muchas, con la única y gran diferencia de que las  fuerzas armadas, en el caso de Chile, permanecieron en un solo bando.-

                                                                                                                               (Seguirá). 
    


Relato número 10. En Buenos Aires (2).

Buenos Aires, con sus cines, teatros, salas de fiesta, bares, clubes nocturnos y  salas de tango, era por aquellos días una gran capital. Pero con la  actividad, llevada al  máximo, de  la guerrilla de los Montones, ideológicamente nutridos por el peronismo. Atentados, asesinatos, secuestros, conferían a la brillante capital argentina de un  singular  ambiente de ciudad en guerra.
        Para  empeorar las cosas, el presidente Juan Domingo Perón  comenzó un rápido proceso de decadencia física  que al poco tiempo tuvo su desenlace. Murió  Perón y una ingente cantidad de personas pasó por el Palacio del Congreso a rendir su último homenaje a quien fuera su líder durante 30 años. Perón era un semidiós  para todas las clases sociales, excepto la clase dominante. Junto con Perón, su mujer Eva, la popular Evita,  era  la  referencia  in discutible de la clase trabajadora (los descamisados).  
         Me puse a pensar en el fenómeno peronista y llegué a entender su absoluta preeminencia social.  Y la ausencia de comunismo en un país que  tenía una numerosa clase obrera. Un país en pleno desarrollo, con una organización sindical (la Unión General de Trabajadores) la poderosísima UGT.                                                                       
          El peronismo tuvo su  nacimiento y desarrollo  coincidiendo con la  Segunda Guerra Mundial. Y Argentina, el granero del mundo, se enriqueció  con sus  exportaciones de materias primas, sobre todo alimentos, que eran demandados por todas las potencias. Y yo pensaba que la “revolución” peronista  se explicaba porque podía dar a los pobres sin necesidad de quitarles a los ricos. Eso explicaba  la revolución social en paz y libertad (salarios altos, hospitales, viviendas populares, educación y limpieza).  Por esa razón, suponía yo, no prosperó el marxismo  clasista entre las clases  populares y los pobres del país.
            Pero la revolución peronista en paz y libertad, encontró la oposición férrea de la alta burguesía y de las clases económicamente poderosas del país. Que le declararon la guerra  al general Perón y por extensión a sus militantes y simpatizantes.
            El odio resultaba tan feroz que en algunos muros de la ciudad se podían leer lemas como “Viva el cáncer”, en alusión a la enfermedad que haría morir a Evita. Pero aún hoy, a  sesenta y dos años la muerte de la “abanderada de los pobres”,  en casas modestas o en lugares de paso masivo de la población, se ven “altares”, así  llamados, con fotos y estatuillas de yeso al modo de imágenes, de María Estela Duarte de Perón.
             En el momento que aterricé en Buenos Aires, el ambiente era  el clásico en los momento delicados del país. Con rumores constantes de Golpe  Militar. Para agravar más las cosas, el fallecimiento del Presidente, el general Perón iba agudizar la crisis. La vicepresidenta, y viuda del general,  María Estela Perón, carecía de las dotes de mando del recién desparecido  Perón. Se desataron las  ambiciones por la sucesión del líder del peronismo, los Montoneros acentuaron  la actividad guerrillera, asesinando a jefes militares  y presidentes de grandes empresas y todo lo que tenía que ver ncn el “imperialismo” norteamericano. Para colmo los poderosísimos sindicatos se pelearon con la Presidente María Estela de Perón. Total que Buenos Aires semejaba una ciudad en guerra y  por extensión, Argentina.                                                                                                                                                        
            En aquel ambiente la Asociación de Corresponsales consiguió una conferencia de prensa con  la organización Montoneros. Una reunión clandestina en una casa igual. Asistió la plana mayor de la organización terrorista, encabezada por su líder Eduardo Firmenich.
             A lo largo  de la conferencia un corresponsal alemán preguntó si habían caído  en la cuenta de que con su actividad guerrillera estaban dando argumentos a los militares para dar el golpe. Y Firmenich, en una demostración de error de cálculo increíble dijo que eran conscientes de ello pero que precisamente ese era su objetivo: “El golpe agudizará las contradicciones sociales y llevará a las masas a tomar las armas contra los milicos. El pueblo y nosotros, su vanguardia,  derrotaremos a nuestros eternos enemigos”, dijo. Los asistentes no podíamos contener nuestra sorpresa ante tal error de cálculo. Querían la guerra total contra unas fuerzas armadas modernas y ¡¡pensaban derrotarlas!!!”.

                                                                              (seguirá).          

Relato número 9. En Buenos Aires (1).

Aquello, Buenos Aires, era otra cosa. Aquella era una Delegación tan completa y compleja como las de Estados Unidos y Europa. Sucedían las mismas cosas que en cualquier país  desarrollado. Tanto en la vida política, como en deportes, economía, cultura, sociedad y cualquier otra manifestación. Allí había que estar atento todo el día a las noticias, para retransmitirlas a nuestra Central, en Madrid.                                                           
       En Chile además ya se había producido el golpe de estado y el suicidio de Salvador Allende. Ese día no se me borrará jamás. Fue el 24 de marzo de 1974. La noche anterior había ido a dormir a mi casa, en el Barrio Alto. Desde hacía más de una semana  me quedaba en el Hotel Crillón, a una cuadra de mi oficina, esperando el golpe militar. que parecía inminente. Al encaminarme a mi oficina iba escuchando la radio en el coche. A la altura del Parque Forestal la radio suspendió su programación. Enseguida sonaron marchas militares;  el Golpe se había producido. Acelere y enseguida llegué a la oficina, Ya todas las emisoras de Santiago retransmitían en cadena bandos militares y música militar. El primer comunicado militar daba cuenta que ante la situación caótica  que vivía el país que conllevaba el peligro de  liquidar el ser de Chile , “las fuerzas armadas se habían visto obligadas a  a tomar el poder, etc, etc”.
 Tuve que organizar los turnos de trabajo de manera que siempre hubiese un redactor atento a lo pudiese ocurrir. El clima político en Argentina comenzaba a espesarse. Nuevamente estaban surgiendo el allí tan clásico “ruido de sables”, Rumores de levantamientos militares en diversas zonas del país surgían todos los días. La situación económica era calamitosa. EL general Perón –el líder indiscutido del país- comenzó a tener serias diferencias con la juventud de su partido, dominado por la organización “Montoneros”, una de las grupos  guerrilleros  más numerosa y peligrosa de América Latina, capaz de realizar operaciones de una  envergadura y complejidad inimaginables: como el secuestro de un avión comercial de “Aerolíneas Argentinas”, aterrizar en una ciudad del interior y ocupar una instalación militar. 
       Y tuve que destinar mucho tiempo a la labor comercial porque la Agencia Efe estaba muy poco presente en los medios periodísticos de Argentina. De los diarios de Buenos Aires, únicamente el diario “Clarín” estaba suscrito a las noticias de Efe.
       Pero mi trabajo dio excelentes resultados. Y paulatinamente fueron suscribiéndose los diarios “La Nación”, “La Razón”, “El Cronista Comercial”, “La Prensa”, “La Opinión” y otros que ahora no recuerdo.
     En el aeropuerto de Pudahuel me esperaba un amigo que había hecho en Madrid, gracias a la mediación del Agregado de Prensa de la embajada de Chile en España, Raul Zamora, un industrial que me fue a esperar al aeropuerto junto a  un periodista joven, de mi edad, Jaime Valdés, que con el paso de los días se convertiría en  íntimo amigo mío. 
     lEl primer día que amanecí en el hotel “Crillón” de  Santiago, sufrí un sobresalto cuando me afeitaba: de pronto la radio suspendió su programación y una voz dijo y  repitió: “Sáquese la polla y hágase  millonario”. AL llegar a la oficina pude averiguar que quería  decir en realidad la frase.  Me dijeron los redactores  que la “polla” era una especie de lotería, con mezcla de juegos de fútbol y algún otro deporte. Una suerte de quiniela española. Al final,  en Chile como en otros países no era tan sencillo hacerse millonario.                                                                                    
         AL otro día al despertarme, de nuevo el mismo mensaje publicitario, ahora un poco diferente: “La polla: ahora con dos terminaciones”. Total que me cansé de tratar de sacar conclusiones lógicas a esa frase y esperé a llegar a mi oficina para averiguarlo.  
Chile, igual que Argentina, es un país especialmente ingenioso en el juego de las frases ocurrentes. Así sucede con el insulto argentino “Boludo” y “Pelotudo”, que en chile se dice “Huevón”, queriendo decir lo mismo. No creo que en este caso sea necesario dar la traducción de las  mencionadas palabrejas, que significan aproximadamente,  tonto o gilipollas.                                              
          En Argentina  hay una palabra que se aplica a los especialmente pesados o imprudentes   que es “atorrante”. EL término procede de principios de siglo, cuando Buenos Aires, comenzaba la construcción del metro. Una de las empresas implicadas en ese trabajo era una  firma catalana que proveía unos grandes tubos de cemento para la conducción de aguas. Las cañerías estuvieron mucho tiempo depositadas al aire libre en la explanada del puerto.  los artefactos  tenían grabado el nombre de la fábrica proveedora: “A. Torras”, de Barcelona. Los tubos mientras esperaban a ser instalados en la explanada del puerto sirvieron de cobijo a  mendigos y a los sin techo de Buenos Aires que pasaron a ser llamados  “atorrantes” por parte de la sociedad.
                                                               (Seguirá).


Relato número 8. Buenos Aires y los argentinos

Cuando llevaba tres años en Chile  (en 1986) desde Madrid  decidieron  trasladarme a Buenos Aires como Delegado o jefe de la oficina. Recibí la noticia con enorme                                                                                   satisfacción. Argentina era la principal delegación de América, junto con Estados Unidos y México. Encontré un país tan sofisticado como complejo.
       Me fui con mucha pena por dejar Chile, un pueblo muy querido que se me había hecho entrañable y partí para Buenos Aires.

      Las cosas se habían vuelto radicalmente complejas en Santiago. Tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 el ambiente se había puesto negro. Con el toque de queda y las acciones de los militares que en jeps surgían en todas partes la vida se había vuelto peligrosa. Cuando menos te lo esperabas el cañón de una metralleta te apuntaba desde unos arbustos o un portal. Ruidos de disparos y casi todos los días en el río Mapocho aparecían cadáveres y en otros lugares, los amigos màs o menos de izquierda iban desapareciendo secuestrados  o  asesinados. Eso ocurrió con Rodolfo Fernández Pondal, un periodista argentino muy amigo mío, secuestrado probablemente por fuerzas de la marina.  La represión se había convertido en una auténtica caza a los partidarios de Allende. Y los corresponsales habíamos empezado a tener problemas.
               Un disparo de fusil había entrado en las oficinas de Efe, por una de las cristaleras que daban a la calle Huérfanos. Impactó en una pared, a escasos diez centímetros de la cabeza de Eduardo Pérez Iribarne, un joven sacerdote jesuita, aficionado al periodismo que colaboraba con nosotros. Pocos días después creo que yo sufrí un atentado.
        Hacia las ocho de la mañana me dirigía desde mi casa, situada en La Lucila, en la orilla del rio de La Plata, al aeropuerto de Aeroparque, segundo aeropuerto de Buenos Aires. Un tramo de ese  camino pasa por la orilla del río. Circulaba yo a bastante velocidad para alcanzar el vuelo que tenía que llevarme a Montevideo. Volaríamos GIangiácomo Foa, corresponsal del “Corrirere della Sera”, diario italiano, y yo, en representación de la Asociación de Corresponsales a interesarnos por un compañero brasileño, miembro de la Asociación de Correspnsales Extrangeros que había sido detenido en Montevideo por las autoridades militares acusándolo de colaborar con los guerrilleros  Tupamaros.
       Como digo, Iba yo circulando a bastante velocidad cuando el auto se detuvo súbitamente y retrocedió hasta chocar, y detenerse, contra una columna de  la entrada a un restaurante de los muchos que hay en ese lugar. Los llamados “Carritos” de la Costanera. No sé qué le pudo ocurrir al auto para hacer aquella maniobra. Bajé del coche y seguí caminando a pie hacia el aeropuerto, ya muy cercano. Al cabo de un rato se detuvo a mi lado un automóvil. El conductor, un hombre joven que vestía una cazadora de cuero, adivinando que me dirigía al aeropuerto, se ofreció  a llevarme.                         
     En Buenos Aires iba a sustituir al anterior delegado, Ernesto Bonasso, un argentino,   simpático y brillante como nadie, que fue destinado a la oficina de Efe en Suiza.
    # Llegué a Buenos Aires una tarde del mes de junio de 1986, a la caída de una  día apacible  y soleado.  Me llamó la atención en el aeropuerto de Buenos Aires, los bosques que lo circundan con árboles dispuestos como plantados a mano y siguiendo unos croquis determinados.                                             
       Al segundo día de estancia en la ciudad, Ernesto Bonaso nos invitó a cenar a Vicky, y a mí. Antes de cenar fuimos a tomar unas copas a casa de unos amigos de los Bonaso . Se daba la circunstancia de que la señora de la casa era la hija del primer delegado de Efe en Buenos Aires, Mariano Perla.  Esta señora me miraba con insistencia hasta el punto de  hacérseme incómodo. Su marido, el anfitrión, no parecía muy tranquilo con la atención que me prestaba su esposa.
      Entones Ernesto dijo, dirigiéndose al anfitrión: “Mirá Ignasio, lo que vos tenés que haser es disfrasarte de Couseiro”. La carcajada que siguió fue general, mientras el pobre Ignacio  se cubría de rubor. 
                 (Seguirá)

lunes, 8 de septiembre de 2014

Capitulo 2 Pendejo

En México´
En México una de las muchas cosas que me sorprendieron se encontraba la palabra “pendejo”. Un insulto más o menos similar a nuestro  “gilipoyas”, al “huevón”, de Chile”,  o al “pelotudo”, de Argentina.

Total, que me gustó la palabreja esa. Y aun más cuando me la explicaron por medio de un chiste o un cuento: “Estaba Cristo explicando su evangelio  cuando le advirtieron que  su amigo Lázaro había fallecido. Fue hasta donde éste vivía y al ver el cadáver, dijo: ‘lázaro, levántate y anda. Y Lázaro se levantó y andó…’. ” Anduvo, pelotudo!”,  le corrigió su interlocutor. ‘.’Bueno, sí, anduvo pelotudo, unos días; pero luego, luego, se compuso y ya anduvo bien”.
Confieso que tal vez el chiste no sea muy fácil de comprender. Pero también confieso que a mí me hizo tanta gracia que no puede resistirme a contarlo.
Y volviendo al “pendejo” yo no sabía lo que significaba en correcto castellano, o  simplemente era correcto o incorrecto
Y estando en esas cogitaciones vino a mi memoria un episodio vivido en mi primera juventud. Cuando mi familia vivía en La Guardia, un  hermosísimo pueblecito pesquero de la provincia de Pontevedra, donde mi padre era profesor de enseñanza  primaria. Tendría yo entonces ocho o diez años.  Entre mis amigos y compañeros de la escuela de mi padre, se encontraba uno, llamado Fernandiño  (Fernandito), que tenía una virtud única en aquel momento:  una hermana hermosísima, o más bien, buenísima.

Se llamaba Florida, realmente un nombre muy adecuado, de la que todos estábamos un poco enamorados. Vivía en una calle perpendicular a la mía y yo la veía cada vez que iba y venía de la escuela.

Pues bien yo no sé si aquel comercio se le ocurrió a Fernandiño o fue consecuencia de sus conversaciones con algún condiscípulo. Lo cierto es que un día apareció con unos pelitos  más o menos cortos envueltos en papel seda. Y Los vendía. Nos pidió por cada uno de ellos 0.50 céntimos de peseta, entonces una  pequeña fortuna para todos nosotros, que llevábamos 0.10 o 0.15 céntimos en el bolsillo  habitualmente.

Pero aquella oferta tuvo una rápida aceptación. Y cada día vendía no menos de diez pelitos.
¿Qué eran aquellos cortos cabellos? Pues ni más ni menos que pelos púbicos de su bellísima  hermana.
No recuerdo si su peculiar comercio era conocido, y consentido, por Florida o si los conseguía
sin el conocimiento de ella.      
Y así fue como  descubrí  el significado exacto de la palabra “pendejo”.  Que no es otro que un pelo del coño.                      

.                          José Antonio Rodríguez Couceiro.

viernes, 21 de marzo de 2014

Capítulo 7. La Unidad Popular y el golpe de Estado

Por Rodrìguez Couceiro.
Chile era uno de los escasos países de Hispanoamérica cuya vida democrática  no había sido interrumpida nunca por un golpe militar. Esta tradición y el ejemplar acatamiento de los militares al poder civil, hizo creer a muchos que esta vez sí, el gobierno marxista  de Salvador Allende se iba a desarrollar sin interferencia militar alguna.
El paisaje de Santiago, mitad campesino, mitad urbano, la cordialidad y la acogedora recepción          del pueblo me recordó las palabras que un escritor de un país comunista, no recuerdo si húngaro o rumano, dedicó a Chile. Él había huido de la segunda guerra mundial que asolaba a Europa y había buscado refugio en aquel lejano país del extremo sur de América. Y escribió:     “Chile  es como un jacinto, que mirándose  en el océano pacífico se enamoró de sí mismo, tan bello era”.
Esta circunstancia hizo que Chile se convirtiese en punto de atención mundial. Por esa razón se explicaba que acudiesen a Santiago decenas de corresponsales de los principales diarios y emisoras de radio y televisión de todo el mundo. Principalmente de los países comunistas. En todas las naciones del planeta se seguía con la máxima atención la actualidad chilena para comprobar si, como decía Allende,  Chile era el primer país en el que se demostraba la hipótesis por él sostenida contra viento y marea de que “esta vez sí” se conseguiría instalar el  socialismo en democracia. “AL socialismo con vino y empanadas”, decía Allende, en alusión a la  comida y la bebida tradicionales del país. 
Ese era el reto que la izquierda chilena (la Unidad Popular) sostenía que podría superar: llegar a  rebasar las normas y condicionantes legales vigentes e instaurar un gobierno de ideología marxista, respetando la legislación y la cultura de  la democracia burguesas.
EL único elemento negativo de la sociedad chilena era su alto consumo de alcohol, de vino, excelente en el país. Hasta tal grado era importante el efecto social del consumo de bebidas alcohólicas  que en una oportunidad que teníamos un cena para muchas personas, le dijimos a la muchacha (“a la mucama”, que decían allá)  si podría quedarse aquella noche en casa.  Su respuesta nos dejó atónitos: “Lo siento mucho señora. Pero no puede ser. Yo tengo como usted sabe un niño y una niña de pocos años. Y Jesús, mi marido, quedarían solo con ellos y una tentación la tiene cualquiera”.
El bendito de Jesús: un hombre en apariencia de lo más  normal. Modesto, respetuoso,  educado. En fin, parecía confirmarse mi creencia de que el alcoholismo era el causante del  “pecado” chileno por excelencia: el delito sexual intrafamiliar (el incesto).
Los tres años que pasé en Chile experimenté, como si fuera un universitario que estuviera contemplando en el portaobjetos de un microscopio social,  el desarrollo de la lucha  de clases.          
También ocurrían cosas sorprendentes. En una ocasión la dirección del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), una organización de ultraizquierda, de la serie de organizaciones  guerrilleras que por aquel tiempo florecían en casi todos los países latinoamericanos, declaró que, considerando que Allende quería respetar los límites que imponían las leyes y normas y  de la democracia, le  concederían una tregua en sus métodos revolucionarios. Es decir, la ultraizquierda suspendía sus tácticas guerrilleras (asaltos, ocupaciones de grandes fincas y centros fabriles, asesinatos, secuestros, y otros medios de lucha típicos de la guerra revolucionaria que ellos practicaban). En fin que la ultraizquierda suspendía sus acciones mientras la Unidad Popular de Allende, gobernase el país, para evitar que la derecha atribuyese a la actividad del MIR a una ayuda al proceso de cambios, que experimentaría Chile.

En ese aspecto los analistas  que atribuyen al MIR responsabilidad principal en la guerra fratricida que se desató tras el golpe militar, se equivocan. El MIR no solo no contribuyó al conflicto sino que por el contrario logró que los conatos de guerra civil se diluyesen. El MIR tenía una gran presencia en los extractos más bajos de la población. De alguna manera el MIR disciplinó y organizó al subproletariado chileno, evitando las acciones individuales y no orgánicas de este sector social.

En este proceso se producían  a veces situaciones paradójicas. Así, se daba el caso de que la justicia castigaba con más severidad el robo de una gallina, pongo por caso, que la  ocupación de una finca o una gran explotación agropecuaria.                             

La explicación de este supuesto disparate legal  se debía a que Chile había sido siempre un país capitalista y las  leyes aún vigentes respondían a esta ideología. Y como era más frecuente que un pobre robase una gallina a que ocupase una propiedad agropecuaria (esto último era más usual en los propietarios que eran los poseedores de la fuerza y de la influencia en los estrados judiciales) estaba relativamente más penalizado robar la gallina que ocupar una gran propiedad.

 Yo tenía mejores vínculos con la izquierda gubernamental que con la derecha opositora y   para golpista. Me era más simpático y atractivo Salvador Allende que los jefes opositores, como Eduardo Frei, líder de la Democracia Cristiana Chilena  ex presidente de  Chile,  y  predecesor de Allende. La creencia de Allende en la “Vía chilena al socialismo” parecía sincera. Era un hombre muy popular, al que le decían “El Chicho” Allende.                                                                                                                                                                          
Ante la magnitud y volumen de  noticias que salían todos los días de Chile, yo me hice el propósito de presentarme candidato a la presidencia de la Asociación de Corresponsales Extranjeros  de Chile. Eso me daría ciertas ventajas sobre los demás corresponsales, a la hora de asistir a determinados actos del Gobierno, y de las demás  instituciones del país. En fin, actos en los que se podía obtener informaciones exclusivas. 
Las elecciones presidenciales se iban a realizar el 4 de septiembre de 1970, a los pocos meses de haber llegado yo a chile. A la vista de los numerosos corresponsales que había en Santiago sobre todo los de los países de la órbita soviética, me pareció oportuno buscar su voto. Por ello colegí que debía de haber una cierta jerarquía entre ellos. Y así busque al corresponsal de la Agencia Tass, la agencia de la URSS, y le expliqué mis intenciones.
El día de las elecciones me encontré con la sorpresa de que salí elegido Presidente de la Asociación, Vicepresidente, Tesorero, y ahora mismo no recuerdo, titular  de varias vocalías Total que mi acuerdo con el corresponsal de Tass dio un resultado clamoroso.
Un mes después de la elección, comprobé su utilidad. Había ocurrido un hecho que había puesto en entredicho una noticia transmitida por la agencia norteamericana UPI. Para templar gaitas con Allende, le ofrecimos una cena en un hotel de Santiago. En la cena me correspondió,                                        naturalmente, sentarme al lado del Presidente Allende.
Por aquellos días se había suscitado una serie de comentarios, conjeturas y conversaciones que se referían a la gestación de un golpe de estado. Hasta entonces este tema se trataba a media voz. Con medias palabras, sobre todo en ámbitos del gobierno de la Unidad Popular. Pero con el paso de los días y poco a poco el asunto fue siendo tratado, abiertamente, primero por los medios de información de la oposición y después por los más próximos a los partidos de la Unidad Popular. Y por último por toda la población,                                 
Yo  utilicé la cena para preguntarle al Presidente sobre el tema. Días antes se había producido una elección por un escaño del senado de una provincia del interior, motivada por el fallecimiento  del  su anterior titular. Contra todos los pronósticos,  ganó  el candidato de izquierda, lo  que provocó el júbilo de los partidarios de la Unidad Popular.
El planteamiento era el siguiente: si a mediados de la presente legislatura la izquierda había ganado unas elecciones por un margen considerable, cuando se produjeran las elecciones generales, en el plazo de dos años, la izquierda ganaría, probablemente en todo el país. Con lo cual, el parlamento sería mayoritariamente de la Unidad Popular. Y entonces se daría la situación ideal para que se hiciera realidad la tan cacareada  ”vía chilena al socialismo”. Ejecutivo y Legislativo en manos de la izquierda. ¡La gobernabilidad en poder absoluto de la izquierda gubernamental.
 Con  entonación triunfalista le dije al presidente Allende: “!Vía franca al socialismo!”. “Ningún obstáculo para que la izquierda llegue al poder por la senda democrática”, añadí.  Allende esbozó una media sonrisa y retrepándose en la silla, como solía, me respondió: “Está usted muy equivocado. Cuanto mayor sea la posibilidad de que gane la izquierda las próximas elecciones, más  cerca estaremos del golpe militar” dijo.
 A los españoles en Chile nos llaman coños. Seguramente por la frecuencia   con la que usamos esa palabra a modo de exclamación  en  las conversaciones y en los diálogos.
En la  conversación con Allende me contó una anécdota sobre la palabreja antedicha. En el puerto de Valparaiso, segunda o tercera ciudad de chile, a unos 150 kilómetros al este de Santiago, en los años de la guerra civil española vinieron a Chile, en barcos dispuestos por el gobierno chileno, muchos refugiados del bando republicano.  Familias completas se acogían a la generosidad de las autoridades chilenas.
EN una ocasión en el buque “Winipeg” llegaron miles  de refugiados. Para recibirlos  la izquierda chilena organizó una manifestación en el puerto de Valparaiso. Acudieron miles y miles de militantes y simpatizantes del partido comunista y  de otros partidos de la izquierda chilena. AL frente de la manifestación una gigantesca pancarta les daba la bienvenida con una explícita  leyeda:  “BIENVENIDOS LOS COÑOS ROJOS”.

                                                                                    (Seguirá).

viernes, 31 de enero de 2014

capítulo 6:CHILE EL PARAÍSO

Capítulo 6. Chile:el Paraíso.
Por Rodríguez Couceiro.  

En la época que viví en Chile, me tocó ver la última fase de un paraíso y la descomposición paulatina de una sociedad, de un país, ejemplar a lo largo de tres años, de 1983 a 1985.  La gente de ese país fue la más cariñosa, acogedora y amable del mundo por mí conocido (países todos latinoamericanos, hispanoamericanos).

El primer “vistazo” de Chile me recordó una referencia a ese país hecha por un novelista de Centro Europa al evocar a Chile: “Un país asomado al océano Pacífico que, como el  Jacinto, se quedó enamorado de sí mismo viéndose reflejado en el espejo del mar, tal era su belleza”. Esta imagen, muy certera,  me vino a la imaginación pese a que no me acordaba del nombre del novelista, ni de su nacionalidad. Recuerdo solo que el autor se había refugiado en Chile huyendo de la segunda guerra mundial, que destruía a su país y a otros vecinos de Centro Europa: Rumanía, Hungría, Polonia, Alemania…

En efecto, Chile era en aquel momento un país que habría que proteger para que no se  contaminase con el resto del mundo. La ONU debería haberlo designado “país protegido de la humanidad”, como hace con ciertas ciudades y regiones.

El Chile que yo conocí, nada más llegar, era un país entrañable en el que convivían de manera  natural los partidos y los dirigentes de izquierda con los de derecha. Era normal encontrar en la misma mesa de un restaurante a un senador del partido comunista comiendo con otro del partido Nacional,de algo más que de derecha.

En Chile podías hacer amigos, prácticamente sin salir de casa. Acudían a ti en cuanto sabían que había llagado un extranjero. “Si vas para Chile”, la canción popular tan conocida como el himno nacional, es un canto al recién llegado.  “… y verás cómo quieren en Chile/ al amigo cuando es forastero…”, dicen unos versos de la canción.

Yo llegué en un  momento muy crítico: meses antes de que se celebrasen unas elecciones presidenciales, que ganaría el candidato de la izquierda (una coalición de partidos que tenían como núcleo principal al partido Socialista y al partido Comunista) denominada “Izquierda Unida”

Pero el clima político se enrarecía a medida que se acercaba el día de las elecciones. Políticos
hasta ayer amigos se volvían mortales enemigos. El país que era probablemente el más pacífico del mundo en lo político, comenzó a radicalizarse hasta el punto de que un comando de derecha extrema asesinó al comandante en Jefe del Ejército, General René Schnaider.
La victoria electoral del candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende, del partido Socialista, produjo una inmensa conmoción. Era la cuarta vez que Allende se presentaba como   candidato de la izquierda.  Su triunfo provocó una inmensa conmoción en la sociedad chilena, que de pronto pareció olvidar su tradicional convivencia política en paz. Como  consecuencia de la publicidad hecha durante toda la campaña por la derecha, pareciera que los chilenos hubiesen olvidado su tradicional convivencia política. 

La “Campaña del Terror” introducida por los partidos de derecha en todos los medios de información (diarios, emisoras de radio y canales de televisión) había penetrado en la conciencia de los chilenos. Hasta puntos increíbles: Así se contaba que al día siguiente de la elección, el 5 de septiembre de 1970, diversos empresarios  salieron del país  por temor a que les expropiasen sus propiedades. Se dijo que uno de esos empresarios estaba en el aeropuerto de Pudahuel esperando tomar un avión para España, y le dio las  llaves de su fábrica textil al administrador,  diciendo: “Ahí están la llaves de la  empresa. Dáselas a los obreros y que se las metan en el culo”.

Casos similares contaban otros testigos,  yo me las creí, tal era el ambiente que se respiraba en la ciudad de Santiago. Comenzaba la lucha de clases, un laboratorio perfecto para   un político o un analista político, como mi amigo Joan Garcés, un valenciano muy amigo de Salvador Allende, a quién asesoró durante su gobierno.

Por la ciudad empezaron a oírse disparos espaciados. En mi oficina, situada en la céntrica  calle Huérfanos, se oía todas los días, a la caída de la tarde, un disparo. Al que respondían cuatro o cinco, que sonaban como un ruido agudo como si impactasen en  una campana. 
Frente a mi oficina se encontraba la plaza de Armas con la Catedral Metropolitana y otra iglesia.

A fuerza de escuchar los disparos a la caída  de  la tarde llegamos a la conclusión que debía haber algún militante de izquierda escondido en las torres de la Catedral o en las de la capilla próxima  y que a una determinada hora, hacía algún disparo contra alguna de los lugares  en los que había instalaciones militares,  a la  que hostigaba todos los días.

Un día no sonó el disparo del miliciano,  ni la repuesta de los militares, por lo que supusimos que el primero debió ser abatido.  

Con una pared acristalada que daba a la calle, suponíamos que la oficina de Efe era un objetivo fácil para alguien que quisiera disparar contra nosotros en la noche y con la luz encendida. Y nos movíamos con mucho cuidado por ella.

Hasta que una tarde penetró una bala por la cristalera y fue a impactar en una pared. Hasta aquí todo bien, pero se dio la circunstancia de que muy cerca, a un palmo como mucho, estaba la cabeza de Eduardo Pérez Iribarne, un sacerdote jesuita al que le gustaba mucho el periodismo, y que colaboraba con mi agencia.Afortunadamente Eduardo salió indemne.

(seguirá).

miércoles, 22 de enero de 2014

Capítulo Quinto : El "Movimiento Estudiantil"



Por Rodríguez Couceiro.

    En México vivía un amigo de mi infancia y adolescencia españolas que se llama Emilio Antelo. Vivía en la ciudad de León, tras haberse casado con una chica mexicana, hija de españoles. Era empresario, tenía un negocio de café que iba muy bien.
    
     Desde Ciudad de México hasta León hay unos 400 kilómetros. Desde mi oficina llamé por teléfono a Emilio. Tras las primeras palabras y sorpresa de Emilio, que ignoraba que yo me encontraba en el país, me las arreglé para hacerme invitar a visitarlo y conocer su ciudad, muy pintoresca.

    Mi amigo Carlos Ferreira había despertado en mí la necesidad de ir a León por un hecho noticioso muy importante: Según él cerca de León  se había visto a unos grupos de hombres con uniformes irregulares que hacían prácticas de guerra: simulaban ataques, prácticas de tiro, y otros ejercicios  militares.

     Según Carlos,  eran guerrilleros anticastristas cubanos que estaban preparando una invasión a la isla de Fidel Castro. La noticia era de grandísimo interés para Carlos Ferreira y su agencia, Prensa Latina, y la Cuba de Fidel Castro. Él no podía viajar a la zona porque presumiblemente los agentes del gobierno mexicano lo detendrían si sospechaban que estaba tratando de averiguar las actividades de los cubanos “gusanos”, que es el nombre por el que se conocía a  los anticastristas.

     A todo esto debo decir que a Carlos y a mí, las autoridades  mexicanas nos tenían más o menos vigilados. Y no tenían ningún interés en disimularlo: junto a mi casa estaba siempre estacionado un auto Volkswagen del tipo “cucaracha” que aparentemente me vigilaba a mí. Cuando yo salía de mi casa, el auto también desparecía.

    Por aquella época México vivía un conflicto muy serio, el “Movimiento Estudiantil” una sucesión de enfrentamientos entre los estudiantes y el gobierno. En cierto modo era un reflejo de lo que sucedía en Francia y un poco en casi toda Europa: el movimiento de mayo de 1968.

    Pero en México la rebelión  de los jóvenes se extendió a todo el país, a los partidos políticos: La sociedad se dividió entre partidarios y contrarios de los estudiantes.

    La represión del gobierno fue tremenda, incluso sacó al ejército a la calle. El Movimiento Estudiantil que concluiría dos días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, con el aplastamiento de la revuelta estudiantil  por el ejército, en la Plaza de las Tres Culturas. Con no menos de quinientos muertos. 

    Aquella tarde trágica no es fácil de olvidar. En el coche de Prensa Latina acudíamos a la concentración del “Movimiento”. La convocatoria decía que la reunión multitudinaria se celebraría en la Plaza de las Tres Culturas a partir de las tres de la tarde. A medida que nos acercábamos a la plaza y al encontrarnos con camiones llenos de soldados armados supusimos que el movimiento se había auto disuelto, como se venía comentando desde hacía una semana.

    La actitud de los militares dispuestos en los camiones en las proximidades de la plaza, era simpática; hacían bromas con nosotros cuando nos cruzábamos. Nosotros les hacíamos le “v” de la victoria y  ellos nos respondían del mismo modo, e intercambiando lemas de moda en aquellos meses de refriegas entre el pueblo y los militares: “Venceremos, el pueblo unido jamás será vencido”, cantábamos unos. “Estudiantes piojosos, os barreremos de las calles”, respondían los soldados. Cuando llegamos a la  Plaza de las Tres Culturas, la misma estaba colmada por una multitud de gente de todas las edades y clases sociales, con predominio de jóvenes  estudiantes. Como sucedía  en las concentraciones y en las reuniones multitudinarias, había entre los presentes viejos y viejas vendiendo tacos, refrescos de todo tipo y cosas por el estilo. Más que un acto de protesta, aquello parecía una fiesta popular. De pronto sonaron los disparos. Vimos a unos soldados disparar a la masa de gente desde unos edificios altos que formaban todo un lado de la plaza. Desde la multitud se respondía al fuego de los soldados con armas cortas pero numerosas. La multitud caía, gritos desesperados, atropellos de unos concurrentes sobre otros en los intentos de correr y escapar de la plaza…   En fin, unas imágenes terribles, pavorosas.  Increíbles para la segunda mitad del siglo XX.

    Entre las víctimas más notables de la jornada se encontraba la periodista italiana, Oriana Falachi, que tuvo la suerte de recibir una esquirla de un disparo en el culo., disparo que contribuyó a incrementar su fama internacional.
  
    Confesé  a mi amigo Emilio Antelo la razón real del mi viaje a León. Para suerte mía resultaba que Emilio conocía al Alcalde de León, que suponíamos que tendría noticias de la presencia de los supuestos “gusanos” en su territorio. Efectivamente la conocía:
 ­-Me han comentado que en la zona han visto a algunos hombres vestidos con uniforme, que no son mexicanos y que hacen diversos movimientos de guerra. Se escuchan muchos disparos y otras maniobras militares- nos dijo el alcalde.           .

    Nos despedimos hasta la tarde en que procuraría tener más información.  Como ya eran las dos de la tarde, Emilio y yo nos dirigimos a su casa para almorzar. Estando en la comida, llamaron por teléfono. Era una llamada para mí, de mi jefe en México, Carlos Viseras. Me  dijo que  tenía que regresar urgentemente a Ciudad de México. Que tenía que llamar a García Gallego, el Director de Efe Internacional.

    Mi amigo Emilio me llevó en su coche al aeropuerto de la ciudad y volé  a Ciudad de México haciéndome toda clase de conjeturas cerca de lo que tendría que decirme García Gallego. Tal vez una bronca por algo que había hecho, o que no había hecho. Al llegar a México eran  ya las once de la noche y por la diferencia horaria con España, cinco o seis horas más, dejé para el día siguiente la llamada a García Gallego.

     Bien temprano en la mañana, llamé al García Gallego, el Director de Internacional de Efe quien me comentó que las autoridades mexicanas habían llamado a la Agencia para pedirles que me sacasen de país, sino se verían en la obligación de expulsarme de México. ¿Las razones? pregunté yo. Únicamente me dijo que los mexicanos habían dicho de mí que era un peligro para México, que estaba involucrado con los responsables del movimiento estudiantil y otros asuntos por el estilo. Después de mi autodefensa García Gallego me comentó que la Agencia había decidido enviarme a Santiago de Chile de Delegado, lo que constituía un ascenso. Efectivamente era así: en México era un corresponsal y en la capital de Chile, Delegado: el jefe de la oficina o delegación de Efe.                     

    Poco antes de la salida del avión, Carlos Viseras, mi jefe, me informó que las autoridades del gobierno habían decidido expulsarme, pero por consideración para la Agencia Efe, habían decidido negociar mi salida con mis jefes para simular un cambio de destino en mi carrera. En fin, una afortunada patada hacia arriba.

    En el vuelo hacia Santiago de Chile tuve tiempo de recordar algo que me había parecido sintomático unas horas antes. EL clima de broma y de aparente buen humor que habían demostrado los soldados con los que nos cruzamos camino de la Plaza de las Tres Culturas, cosa inimaginable días antes.

    A las dos de la tarde la radio había dicho que, en aquel momento, se había reunido  el ministro de Gobernación (Interior) con los líderes del Movimiento Estudiantil para llegar a un acuerdo y suspender las actos de protesta y que los estudiantes regresasen a sus centros de estudio, principalmente los de la Universidad Autónoma de México (UNAM). En fin,  poner punto final a la revuelta. El gobierno mexicano tenía espacial empreño en que la revuelta estudiantil terminase de una vez, ya que en diez días más se inaugurarían los Juegos Olímpicos de 1968, que tenían como escenario la Ciudad de México. Y este país era muy celoso de su imagen internacional.

    Teniendo en cuenta todo eso, junto al tono simpático que observaban los soldados movilizados por el gobierno me hacían presumir que había habido acuerdo entre el ministro de Gobernación y los líderes del movimiento. Tan es así que estuvimos a punto de dar la vuelta y regresar a nuestras respectivas oficinas.

    Yo pensaba, además, que el posible acuerdo entre el Ministro y los estudiantes probablemente se había logrado, teniendo en cuenta la personalidad del Ministro, el interlocutor del gobierno, el señor Luis Echverría, ministro de Gobernación, quien –para mí- era la paloma del gobierno del Presidente Díaz Ordaz, un hombre rudo y autoritario, al igual que su Partido el Revolucionario Institucional (PRI).

(seguirá)
   
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