viernes, 31 de enero de 2014

capítulo 6:CHILE EL PARAÍSO

Capítulo 6. Chile:el Paraíso.
Por Rodríguez Couceiro.  

En la época que viví en Chile, me tocó ver la última fase de un paraíso y la descomposición paulatina de una sociedad, de un país, ejemplar a lo largo de tres años, de 1983 a 1985.  La gente de ese país fue la más cariñosa, acogedora y amable del mundo por mí conocido (países todos latinoamericanos, hispanoamericanos).

El primer “vistazo” de Chile me recordó una referencia a ese país hecha por un novelista de Centro Europa al evocar a Chile: “Un país asomado al océano Pacífico que, como el  Jacinto, se quedó enamorado de sí mismo viéndose reflejado en el espejo del mar, tal era su belleza”. Esta imagen, muy certera,  me vino a la imaginación pese a que no me acordaba del nombre del novelista, ni de su nacionalidad. Recuerdo solo que el autor se había refugiado en Chile huyendo de la segunda guerra mundial, que destruía a su país y a otros vecinos de Centro Europa: Rumanía, Hungría, Polonia, Alemania…

En efecto, Chile era en aquel momento un país que habría que proteger para que no se  contaminase con el resto del mundo. La ONU debería haberlo designado “país protegido de la humanidad”, como hace con ciertas ciudades y regiones.

El Chile que yo conocí, nada más llegar, era un país entrañable en el que convivían de manera  natural los partidos y los dirigentes de izquierda con los de derecha. Era normal encontrar en la misma mesa de un restaurante a un senador del partido comunista comiendo con otro del partido Nacional,de algo más que de derecha.

En Chile podías hacer amigos, prácticamente sin salir de casa. Acudían a ti en cuanto sabían que había llagado un extranjero. “Si vas para Chile”, la canción popular tan conocida como el himno nacional, es un canto al recién llegado.  “… y verás cómo quieren en Chile/ al amigo cuando es forastero…”, dicen unos versos de la canción.

Yo llegué en un  momento muy crítico: meses antes de que se celebrasen unas elecciones presidenciales, que ganaría el candidato de la izquierda (una coalición de partidos que tenían como núcleo principal al partido Socialista y al partido Comunista) denominada “Izquierda Unida”

Pero el clima político se enrarecía a medida que se acercaba el día de las elecciones. Políticos
hasta ayer amigos se volvían mortales enemigos. El país que era probablemente el más pacífico del mundo en lo político, comenzó a radicalizarse hasta el punto de que un comando de derecha extrema asesinó al comandante en Jefe del Ejército, General René Schnaider.
La victoria electoral del candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende, del partido Socialista, produjo una inmensa conmoción. Era la cuarta vez que Allende se presentaba como   candidato de la izquierda.  Su triunfo provocó una inmensa conmoción en la sociedad chilena, que de pronto pareció olvidar su tradicional convivencia política en paz. Como  consecuencia de la publicidad hecha durante toda la campaña por la derecha, pareciera que los chilenos hubiesen olvidado su tradicional convivencia política. 

La “Campaña del Terror” introducida por los partidos de derecha en todos los medios de información (diarios, emisoras de radio y canales de televisión) había penetrado en la conciencia de los chilenos. Hasta puntos increíbles: Así se contaba que al día siguiente de la elección, el 5 de septiembre de 1970, diversos empresarios  salieron del país  por temor a que les expropiasen sus propiedades. Se dijo que uno de esos empresarios estaba en el aeropuerto de Pudahuel esperando tomar un avión para España, y le dio las  llaves de su fábrica textil al administrador,  diciendo: “Ahí están la llaves de la  empresa. Dáselas a los obreros y que se las metan en el culo”.

Casos similares contaban otros testigos,  yo me las creí, tal era el ambiente que se respiraba en la ciudad de Santiago. Comenzaba la lucha de clases, un laboratorio perfecto para   un político o un analista político, como mi amigo Joan Garcés, un valenciano muy amigo de Salvador Allende, a quién asesoró durante su gobierno.

Por la ciudad empezaron a oírse disparos espaciados. En mi oficina, situada en la céntrica  calle Huérfanos, se oía todas los días, a la caída de la tarde, un disparo. Al que respondían cuatro o cinco, que sonaban como un ruido agudo como si impactasen en  una campana. 
Frente a mi oficina se encontraba la plaza de Armas con la Catedral Metropolitana y otra iglesia.

A fuerza de escuchar los disparos a la caída  de  la tarde llegamos a la conclusión que debía haber algún militante de izquierda escondido en las torres de la Catedral o en las de la capilla próxima  y que a una determinada hora, hacía algún disparo contra alguna de los lugares  en los que había instalaciones militares,  a la  que hostigaba todos los días.

Un día no sonó el disparo del miliciano,  ni la repuesta de los militares, por lo que supusimos que el primero debió ser abatido.  

Con una pared acristalada que daba a la calle, suponíamos que la oficina de Efe era un objetivo fácil para alguien que quisiera disparar contra nosotros en la noche y con la luz encendida. Y nos movíamos con mucho cuidado por ella.

Hasta que una tarde penetró una bala por la cristalera y fue a impactar en una pared. Hasta aquí todo bien, pero se dio la circunstancia de que muy cerca, a un palmo como mucho, estaba la cabeza de Eduardo Pérez Iribarne, un sacerdote jesuita al que le gustaba mucho el periodismo, y que colaboraba con mi agencia.Afortunadamente Eduardo salió indemne.

(seguirá).