domingo, 1 de diciembre de 2013

Capítulo tres. ¡Cuidado: a quién le pides bailar!

Por José A. Rodríguez Couceiro.
    

          El Alcalde de la turística ciudad de Vallarta (“la noche de la iguana”, con Marlon Brando y Litz Tailor) situada cerca de Guadalajara, emprendió una campaña en favor de su ciudad que  en aquellos días había salido en los medios informativos norteamericanos una serie de noticias relativas  a incidentes con turistas norteamericanos, especialmente en el Estado de Jalisco, al que pertenece la ciudad de Vallarta y otras localidades muy veraniegas de México.

     La alarma de las autoridades era comprensible porque el turismo norteamericano  era la principal industria de México.

       Y por aquellas fechas era frecuente encontrar en los diarios mexicanos, así como oír en la radio o en la televisión noticias sobre violaciones de turistas norteamericanas, e inclusive asesinatos, lo que perjudicaba gravemente a la principal industria nacional.

      Pues bien, al preocupado alcalde de Puerto Vallarta se le ocurrió emprender una campaña en favor del turismo y pensó que lo mejor sería contar  con el apoyo de la prensa internacional. Y para ello programó la visita a su ciudad de los corresponsales de los agencias de noticias y de diarios que residían en México  D. F.  Y hete aquí  que  me tocó mi turno. Recibí  una invitación para visitar Puerto Vallarta con mi esposa un día  de agosto de 198x. En la mima ocasión también  fueron invitados el subdirector de la agencia francesa AFP,  Ramón La Moneda, el corresponsal de la agencia cubana Prensa Latina, mi íntimo amigo Carlos Ferreira, y sus respectivas esposas.

      El día señalado  tomamos el avión para Puerto Vallarta. Ese día la pintoresca localidad del Pacífico se había engalanado para nosotros. Banderitas de todos los colores en las calles, grupos de mariachis tocando por las calles. Y en la plaza principal del pueblo  estaban dispuestas mesas para comer y en un templete una orquesta amenizaba la fiesta, interpretando  rancheras, pasodobles y otras piezas.

     Todo en nuestro honor. El Intendente Municipal (alcalde) y otros miembros de la junta municipal nos esperaban  en la  mesa.  Con sus bien ataviadas esposas. A mí me correspondió sentarme al lado de la mujer del alcalde, una chinita menudita, de ojos muy brillantes… Bastante bonita por cierto. 
Me levanté, y muy cortésmente, le solicité a la alcaldesa bailar.

       En torno a la mesa se produjo un movimiento que no supe definir. Dos mocetones que estaban detrás de la silla de la señora del alcalde, de pié, abrieron un poco las cazadoras de piel  negra   que llevaban puestas dejando a la vista las culatas del revolver que tenían entre el cinturón y el pantalón. Uno de ellos, el que tenía la cara menos fiera, se acercó a mí y poniendo su boca cerca de mi oído me dijo en voz baja “por razones de protocolo, usted no puede bailar con la esposa del señor intendente”.   

     Intervino entonces el señor Intendente:“en México no se estila invitar a bailar a la esposa de la máxima autoridad. Es el protocolo, usted sabe”.

      Después de ese breve intercambio de palabras poco más se dijo en la mesa. Para quitar hierro a la situación,uno de los presentes dijo que en España y en Europa, en general, era usual sacar a bailar a cualquier persona en una situación como aquella.

       Sobre la mesa se extendió una especie de tiniebla que impedía las conversaciones: una suerte de silencio de los llamados “sepulcrales”. Y todo por una simple y educada invitación a bailar.      
                                          
      Ya en el hotel, Ramón de la Moneda comentó irónicamente: “vaya forma tan original  de tranquilizar al turismo  norteamericano”.
                                                                                    (seguirá)